miércoles, 29 de marzo de 2023

MEJOR COHEN





Escucho la palabra ‘aleluya’, proviene de un atril no de un púlpito. Quise pensar que se estaba introduciendo la canción de Leonard Cohen –ya sé que se escribe distinto pero mi torpe oído no es capaz de distinguir tal matiz-, pero no. La voz que resuena, en medio de un acto político, es la de una pastora evangélica. Paro mis rotativas cerebrales. Todo lo que paseaba por mi cabeza con la intención de tomar café en este folio se detuvo: la ridícula polémica de los bonos sociales cobrados por quienes pueden y no lo necesitan, la torpe disposición que lo alienta, la ‘tamamética’ moción de censura, el artificioso debate sobre si en los últimos decenios se han restringido o ampliado los cauces de las libertades, la llegada de la primavera o la pérdida incesante de esos bares de barrio con atención a voces personalizadas.

sábado, 18 de marzo de 2023

LAS QUINIENTAS INTEGRALES

No es ni la primera ni la segunda, ni la décima vez que, al modo del campaneo estimulando la salivación de los perros con que experimentaba Pávlov, un silbatazo del árbitro arrastra mi memoria a los primeros años noventa, a un piso de La Rubia, a lo que este rapaz recibió como un insólito encargo. Pese a las tentaciones, nunca escribí aquella alegórica historia con su posterior consideración por ausencia del requisito autoexigido: dado que de inicio me propuse no servirme de este espacio para escudar en el arbitraje una derrota del Pucela, la jugada no habría de ser relevante para el sentido del resultado. Hoy, por fin, es el día oportuno; entiendo que la jugada referida, la del penalti por mano de Joaquín, cumple con la condición, nada hace pensar que de omitirse habría cambiado algo. Es más, ese tipo de decisiones, la manera de entender el juego y su arbitraje, se ha generalizado hasta el punto de que ni siquiera se puede considerar un error arbitral. 

martes, 14 de marzo de 2023

EL FUTURO NO ES AYER

Bien al ladito de mi casa empiezan o terminan, siempre según se mire, las ciclovías de Isabel la Católica y la Avenida de Burgos. Dado que me muevo en bici por esta ciudad desde antes de que Ramón Tamames dejara Izquierda Unida, son miles los kilómetros que he recorrido por esas calles, antes y después, con coches pegados al culo o separadito de ellos por unos simples bolardos. Para mí, mejor ahora, por ser de ‘los de la bici’ y, sobre todo, por la incipiente vejez que me va encasquillando las piernas, ralentizando los reflejos y enmudeciendo la osadía.

Escucho quejas porque ‘han quitado espacio al coche para ofrecérselo a las bicis’. Parece obvia la ilación: ambas cosas han ocurrido. Afinando un poco, puede que la relación no sea tal, o al menos no en ese orden. Visto así, el carril bici es una excusa. Para insertarlo, si formara parte del plan, existirían trazas alternativas. Para ocupar el espacio vacante hubiera servido un sembrado de amapolas, pero sería más caro. El empeño prioritario consistiría en limitar el uso del automóvil. Por ahí transita la dinámica de los tiempos, cada vez toleramos menos los efectos del coche: el ruido, la contaminación, la estrechez, la fealdad…; cada vez existirán más límites para el empleo de combustibles fósiles.

domingo, 12 de marzo de 2023

SALIR CON LA PIERNA ESCAYOLADA

Tus ojos desprenden rabia. Eres consciente de que, por negligencia, impericia, torpeza, desidia, abulia o simple dejadez, la has cagado. Deplorablemente, has perdido aquello que considerabas tuyo; no has alcanzado algo con lo que contabas, que tenías a mano; has quedado en evidencia donde, cuando y ante quien menos te convenía o te apetecía. Escuece el orgullo maltrecho, la dignidad arrastrada, la soberbia encogida, las excusas en retirada. Caminas inquieto, desasosegado, con la sangre a dos grados de su punto de ebullición. De repente, sabiéndote culpable, sintiéndote culpable, la ira se apodera de ti, te invade, te domina. Actúas y empeoras aún más todo lo que ya habías dilacerado. Lanzas una patada al aire, golpeas a una silla que ni siquiera habías visto. Chillas de dolor. Completas el ridículo. Dictas el colofón de la tarde saliendo de Urgencias con un hueso del pie roto, con una pierna escayolada.

No encuentro otra explicación al patético epílogo del pésimo partido del Valladolid en Elche. Tras una lesión, la de Machís, que pinta feucha, tras recibir el gol del empate en tiempo de descuento, despierta la furia dormida arremetiendo a destiempo, 'deslugar' y contra quien no corresponde. A los dos puntos fatalmente dilapidados, se suma un agujero para posteriores encuentros: dos rojas con sus correspondientes sanciones.

Hasta esta entrada en erupción, el Pucela se había desempeñado como un grupo mustio, aplatanado, indolente. El calor entraña estas paradojas, aviva y ahoga, inflama y apacigua, hierve y atenaza, enciende y apaga. En la Prehistoria, allá por el minuto cuatro, había anotado un gol de cuyo rédito vivía, pretendía vivir. El sol en lo alto castigaba, «pone a prueba», como escribía en estas páginas Fernando Arconada en la previa del partido. Advertidos estaban. Pues bien, por el calor o por lo que fuera, no hubo –apenas– más Valladolid. La tentación, el recurso fácil, arrastra a pensar en un exceso de confianza como razón. La clasificación del rival y la prematura ventaja mitigan la exigencia, la cabeza te traiciona y te presenta en bandeja de plata una cabeza que está aún pendiente de ser cortada. Tal vez no sea, pero cuesta encontrar más explicación. Y el calor. Hace nada, un bidón de agua olvidado en la línea del fuera de banda se hubiera congelado. Lanzado a un jugador, le hubiera hecho contornearse para evitar el golpe. La incipiente primavera, el marzo traidor, el Levante español. El abrigo al lado, el cuarenta de mayo lejano y, atónitos, desapercibidos, escuchamos silbar el árbitro: detiene el juego, primera pausa de hidratación del año. Los jugadores corriendo a por los bidones como si el agua se fuera a acabar.

El Elche lleva semanas, meses, tan sabiéndose descendido como compitiendo con dignidad. Demuestra, ante el Pucela también, que le falta un punto de calidad: merodea pero no asalta, llama pero no entra, dispara pero no atina. E insiste con entusiasmo. Alguna tiene que ser y fue. El calor, el mismo que produjo el shock térmico en los blanquivioletas, se convirtió al parecer en su fiel escudero. Visto así, el aliado del Valladolid sería el frío. Pero tampoco. En lo que va de temporada ha ido salpicando el mapa de España con actuaciones deplorables, tanto daba la temperatura o el grado de humedad. En realidad, le ha salvado el calor, pero no el del sol, sino el de casa, la calefacción, la mantita, el abrigo de lana en que se ha convertido Zorrilla. A estas alturas, el que más y el que menos, los aficionados somos así, hace sus cábalas, suma sus puntos teóricos, consigue la salvación con los dedos de las dos manos. A fuerza de costumbre, los del Pucela descontarán los que disputen más allá del Pisuerga.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-03-2023

domingo, 5 de marzo de 2023

LA NOSTALGIA VESTIDA DE NEGRO

Algunos nombres acogen en sí mismos la esencia de lo sublime. Basta escucharlos para adivinar el elogio en la comparativa, la entidad de lo referido con tal apelativo. Durante toda mi infancia y adolescencia, 'Iribar' fue sinónimo de excelencia en la portería. Su memorial de paradas, su sobrio estilo bajo palos, su dominio del juego, del área, quedaron impresos para la perpetuidad en la memoria de los mayores. Los que apenas habíamos alcanzado una exigua decena de años cuando Helmut Senekowitsch, aquel entrenador austríaco de apellido impronunciable, relegándole al banquillo propició que adquiriese el rango de mito, no pudimos disfrutarlo en todo su esplendor. Pero de tanto escuchar sus cantares de gesta, asumimos que su desempeño superaba holgadamente el de cualquiera de los porteros que pudiéramos admirar en aquel presente. Por muy Arconada que fuese, porque «Iribar, Iribar, es cojonudo, como Iribar no hay ninguno». Eso sí, incluso los que solo presenciamos el ocaso de su carrera, asociamos su figura al negro riguroso de su indumentaria. De casi toda, porque las medias de los porteros de aquel pasado eran idénticas a las de sus compañeros. Así quería jugar yo. Y por eso me enfadé con mi madre cuando, tratando de reunir la ropa que me pedían en el internado, me trajo de Peñaranda unas medias de colores disparatados que en nada se parecían a los azulgrana que yo le había descrito.