El gentío se arremolinaba inquieto en el destartalado salón de actos. Allí estaban todos los vecinos del microcosmos de ‘Amanece que no es poco’ esperando ansiosos que el alcalde proclamase el resultado de las elecciones. Supongo que hoy en día esta escena sorprenda, pero antaño, sobre todo en los pequeños pueblos, era frecuente que las salas municipales se atestasen mientras se efectuaba el escrutinio en su doble vertiente: la que contaba los votos y la que escudriñaba quién había votado a qué. Los presidentes de las mesas, además de abrir los sobres e indicar el sentido del voto para su recuento, mostraban la papeleta a la concurrencia. Si este interés se despertaba en cualquier pueblecillo, imagínense en la aldea creada por José Luis Cuerda donde se votaba absolutamente todo.