martes, 11 de mayo de 2004

DECÍA, DIGO Y DIRÉ “NO”

Mis ojos se ensucian de rabia y asco ante esas fotos que colocan al hombre un peldaño por debajo del cerdo. Una soldado, émula de Jonh Wayne, muerde un cigarrillo y con una sonrisa señala la polla de presos iraquíes, un grupo de militarones se regodea tras amontonar  a futuros cadáveres. En el amor y la guerra no hay moral que valga más que el deseo de sojuzgar al vencido. Esto es la guerra y así se escribe; se mata y se muere, pero sobre todo se humilla. Nada es inocuo por más que sus impulsores pretendan revestir sus propósitos de bienaventuranzas y disfrazar sus efectos con la seda de los eufemismos, por más que acudan al catálogo de virtudes para declararla. En el bien entendido pretenden llenar sus bolsillos de dólar y poder aunque emborronen discursos de amor a su pueblo y gloria de dios por los siglos de los siglos. Saben de sobra que ellos morirán viejos, cuidados y con un termómetro bajo sus aseados sobacos tras haber sembrado la mierda de la muerte prematura lejos de sus casas. Y odio que generará muerte, que generará odio, que... así el mundo no girará en el sentido que marquen jóvenes armados de futuro sino por el recuerdo de los desafueros sufridos por unos abuelos mancillados. ¿A ellos qué?