lunes, 18 de enero de 2016

GRANIZADA EN CARRIÓN

Nada más despertarme miré por la ventana y un rayo de luz me dibujó la sonrisa en el rostro. A pesar de estar a principios de febrero, el sábado se abría ilusionante. Arranqué a pedalear canal de Castilla hacia arriba. Cuando me cansaba, paraba; si quería disfrutar de una panorámica o de un paseo por los aledaños, ponía el pie en el suelo y caminaba. Así, a lo tonto, cuando anocheció estaba a la altura de Amayuelas de Abajo. El frío empezaba a castigar pero no había problema, sabía que allí existía un albergue en el que pasaría la noche. Llegué y nadie me abrió, en el pueblo no encontré ni una sola persona. Mala suerte. Tuve que desistir, seguir dando pedales e intentar llegar a Frómista, donde el canal se cruza con el Camino de Santiago, para buscar cobijo. Pero tampoco, justo esa semana estaba cerrado. Más mala suerte. Pregunté y me dijeron que en Población de Campos había otro. Muerto de frío y sin más luz que la del foco de la bici, recorrí otros pocos kilómetros hasta que por fin hallé guarida. El domingo amaneció nublado pero en principio nada hacía presagiar la que habría de venir. Me acerqué a Carrión de los Condes y la disfruté, pero empezó a llover. Más mala suerte. Al poco escampó y me puse en ruta. Unos kilómetros más allá, ya lejos de Carrión y aún no cerca de Villoldo, el cielo súbitamente se encabritó y mientras rugía comenzó a granizar. Llegar así a Palencia o a Paredes para tomar un tren se tornaba épico. Imposible peor suerte. Pero hete aquí que un hecho difuminó cualquier atisbo de miedo. Poco antes, cuando salía de Carrión, un coche frenó para que pudiera incorporarme. Era el gran (más gran persona aun que futbolista) Chus Landáburu que regresaba de su Guardo a su Pucela. Charlamos un ratín, él siguió, yo seguí. Cuando la tormenta amenazaba con arreciar, sonó mi móvil. Era Chus que, escuetamente, me dijo: “Paso a recogerte ¿no?”. Más suerte no pude tener. El fin de semana resultó, en resumen, espléndido. Cuando lo conté al día después, me recordaron que siempre tuve una flor en el culo. Pero no lo creo, la suerte está sobrevalorada. Al final consiste en disfrutar cuando la fortuna parece mirarte de frente y apretar cuando te vuelve la espalda.