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Imagen de Tomás Arthuzzi, tomada de Revista Galileu |
José Luis Sampedro dejó
escrito que existen dos tipos de economistas: “los que trabajan para hacer más
ricos a los ricos y los que trabajamos (sic) para hacer menos pobres a los
pobres”. Marcaba esa raya tan solo entre los de esa profesión porque era la suya.
Cabría estirar esta línea separadora más allá del espacio de los fríos números
hasta alcanzar el territorio más cálido de las letras. Allí también, en el
primer grupo, trabajan cohortes de profesionales de la palabra cuya labor
amanuense tiene por objeto escudriñar el diccionario para encontrar esos
términos que habrán de ser los puntales retóricos sobre los que se asientan los
intereses de los grupos dominantes. Toman, perfilan, afilan y embellecen las
palabras para justificar la bondad de que las cosas sean como son; para hacer
creer que las medidas que se toman siguen las pautas de una lógica neutra; para
ocultar que el trasfondo de esas decisiones responde al patrón de una ideología
disgregadora.