De forma apenas perceptible, hemos modificado la percepción.
No hace tanto, debatíamos en la calle, en organizaciones sociales y políticas,
en los medios de comunicación, sobre la pertinencia de la instalación de
cámaras en determinados espacios públicos y privados, de la posible vulneración
de la intimidad que suponía, al respecto de los límites y el control necesarios
para compaginar la concreta vigilancia de un espacio con el respeto a la
privacidad, con la garantía de que tu imagen no podría ser utilizada para fines
diferentes a los fijados.
Poco a poco fuimos naturalizando la convivencia con esos ojos que todo lo ven. La proliferación de móviles con su camarita incorporada aceleró la deriva, nos convirtió a todos, como si formáramos parte de un juego, en vigilados y vigilantes. Cayeron todas las defensas. Precauciones, ¿para qué?