París había enamorado a Hemingway tanto que, aunque el joven
escritor no comiese todos los días, escribiera que los allí vividos fueron años
felices. De sus peripecias parisinas rinde cuentas en un libro que se convierte
en foto fija de un lugar; crónica de un tiempo los años veinte reflejo de las
ilusiones de un grupo de escritores norteamericanos la generación perdida: París
era una fiesta, que, sin llegar a ser novela, excede los límites de un diario.
En sus páginas podemos encontrar un consejo que hoy no podré seguir: «Nunca
escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él, porque ese alejamiento te
da una mayor perspectiva». Digo que no podré hacer caso a Hemingway porque
tengo que escribir este artículo inmediatamente después de que el Real Valladolid
haya perdido su partido. Ítem más, como el gol que tumbó al equipo pucelano fue
en el último segundo, no hubo ni tiempo para mascar la amargura en el estadio.
Así, aún sin digerir, se mezclan dos tipos de sensaciones: las que tienen como
nutriente la desilusión y las que dibujan lo que podía haber sido.