lunes, 26 de marzo de 2012

DIEZ MINUTOS DE SUSTO

La memoria obliga a que cualquier narración tenga una línea argumental creíble porque nuestro cerebro hilvana los sucesos para después buscar una interpretación. Quien pretenda engañar tendrá, por tanto, la necesidad de reescribir una historia hilvanando al relato hecho inexistentes y borrando cosas que sí ocurrieron.
Pero la memoria es también un trastero en el que se almacenan viejas emociones que bajan la escalera cuando las situaciones se repiten, es ese fuego que por no sentirse se denomina pasado pero siempre vuelve como el agua a su cauce: «Creí mi hogar apagado y revolví la ceniza...Me quemé la mano» escribía Antonio Machado en sus ‘Proverbios y Cantares’. Por el descanso, los aficionados del Pucela comían el preceptivo bocadillo de panceta con la tranquilidad de saber que su equipo no les iba a fallar. Tres goles en fútbol es un distancia oceánica pero bastó que Julio Álvarez marcase un gol al poco del reinicio para que la memoria programase aquella película grabada un día de diciembre de 2008 en que el Valladolid perdiera un partido que dominaba en ese mismo marcador de Los Pajaritos por tres a uno a falta de menos de cinco minutos para el final.