Con la misma perplejidad que don Sebastián en ‘La verbena de
la Paloma’, podemos exclamar que ‘hoy las democracias adelantan que es una
barbaridad’. Él, tras escuchar a su amigo don Hilarión la singular noticia de
que ‘el aceite de ricino ya no es malo de tomar, se administra en pildoritas y
el efecto es siempre igual’; nosotros, tras la sucesión de impactos verbales
solo de la última semana, bien producidos en la convención itinerante del PP, bien
emitidos desde allende los mares por la presidenta madrileña o bien propalados
con regodeo por el que fuera hasta casi ayer oráculo monclovita. Si la
democracia fue, pretendió ser, una forma de gobierno en la que el poder se
otorga -ha sido conquistado- a la ciudadanía; posteriormente se afinó como un
sistema de representación en la que, sobre el papel, la dirigencia política
servía al pueblo al que representaba; ahora ha avanzado para identificar a la
gente de la calle con el papel de clientes.