No
sé si tiene que ver con la cacería que se ha iniciado contra algunos servidores
de internet o con mi propia torpeza al enfrentarme a cualquier aparato que
tenga botones, en los once años que llevo viviendo en esta misma casa no he
cambiado ni una vez el programa de la lavadora, el caso es que he sido incapaz
de ver el partido en el ordenador. Como la persistencia tampoco es lo mío, pasados
los quince minutos decidí cerrar los ojos y viajar al Pedro Escartín encaramado
en las distintas voces de los compañeros que lo narraban a través de la radio. La
alfombra mágica se desplazaba plana y sin sobresaltos sobre una llanura extensa
en una tarde soleada. Sin ninguna cordillera que modificase el ritmo narrativo,
ni una neblina que nos hiciera apretar el botón de alerta. Pero, como si de un
Moncayo se tratase, apareció de repente un pico, solo y exento, que modificaba
el paisaje. Cuando menos se esperaba, casi sin darnos cuenta, Óscar conseguía
hacer diana con el primer dardo. El parte meteorológico indicaba que el día iba
a estar despejado y la vista mostraba una ruta cuesta abajo. Ni uno ni otra nos
engañaron.