Nada es por casualidad. No, no pretendo apuntar la
existencia de un plan universal al que estamos calladamente sometidos, ni de la
relación moralista entre hechos y consecuencias que los más viejos llamaban
‘castigo (o premio) de Dios’ y los desubicados actuales han renombrado como
‘karma’. Nada es por casualidad porque todo lo que ocurre responde a una
retahíla de causas que no conocemos hasta que la conjunción de todas ellas ha
parido su consecuencia. Eso sí, una vez tenemos a mano la criatura, podemos
regodearnos hilando las razones que nos llevaron a ella. Una vez escuché que el
economista es un profesional que explica de forma prolija y con absoluto rigor
las razones por las que no se cumplieron sus vaticinios. No solo les pasa a
ellos.