Pero para sus padres esos niños, sobre todo si tenían una buena camada de hermanos mayores, eran un estómago más, hambre sobre hambre. Vagaban entre la muchedumbre lo hacían buscando acomodo en algún comercio para sus hijos. Muchas veces lo conseguían pero, de la misma manera que hay más días que longanizas, en toda Valencia no se encontraban tiendas suficientes para cada muchacho. Llegado el caso se acercaban a la escalinata de la Lonja, el padre señalaba con el dedo la veleta de los Santos Juanes y susurraba al oído del vástago, mira como se menea el pájaro. Mientras el niño miraba embelesado lo que sus ojos nunca antes vieron, el viejo, un poco más viejo y con los ojos ahogados, emprendía una huida sin retorno con la ciega esperanza de que alguien cumpliera lo que para él era imposible. La necesidad es incompatible con las disquisiciones y no admite componendas y, al fin y al cabo, de abrazos no se vive. Un hijo es sangre de mi sangre y, en estas circunstancias, es mejor romper el alma de un tajo que morir un poco cada día.
La vallisoletana Lola Herrera, junto con Imanol Arias, recoge esta noche el Premio La Casa del Actor 2011, con el que ha sido reconocida por su «dedicación profesional y personal». Días antes, desgranó sus vivencias y reflexiones en esta entrevista realizada para El Norte de Castilla y el programa 'Mejor póngame un café' que emite radiocastillayleon.com.
-Una herrera coge el hierro frío y le da forma con el calor. ¿Ser actriz hace honor a su apellido?
-El hierro no tiene por qué ser muy frío, la calidez también está en él. Los textos tienen alma pero sí, hay una serie de elementos que tiene el material y que luego se le forja a través de la interpretación.
-Cuando uno lee, pone rostro a los personajes, usted ha conseguido que cuando leamos un libro los personajes tengan su cara.
-Un día me dijo Delibes que oía la voz de Carmen Sotillo y que desapareció porque ahora me veía a mí. Sentí eso como un milagro.