jueves, 26 de diciembre de 2013

¿EL ÚLTIMO PUNTO?

Los pinceles de Goya no sentían ningún respeto por esa persona de mirada gélida que posaba rodeado de su extensa familia. Mientras acariciaban ese lienzo destinado a trasladar a lo largo de los siglos las caras y los gestos de quienes se saben dueños de las haciendas y las vidas del sus súbditos, en las calles se empezaba a pronunciar, muy por lo bajo, eso sí, palabras que al norte de los Pirineos eran ya de uso común. Carlos IV, ese rey heredero de rey que a su vez fue heredero de otro y así casi hasta el comienzo de los tiempos, no podía sospechar que su línea era quebrantable, que su poder no se basaba solo en la fuerza económica o militar disponible para defenderse de sus ‘iguales’, sino, también, en algo tan etéreo como el crecimiento de unos conceptos que, incubados muchos siglos atrás, estaban empezando a tomar cuerpo.