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Foto "El Norte de Castilla" |
A donde quiera que fui, siempre hubo un bar que me eligió y
un yo encantado de ser elegido: la Tartana, el Pala, el Medayo, la Oca, la
Pequeña, los Robles. Tabernas vivas, tascas lo suficientemente a mano como para
convertir su territorio en otra habitación de mi casa, a los cantineros en compañeros
de piso, en amigos. No por casualidad el epígrafe de esta columna reza ‘al pie de un café’. Uno, históricamente
no sobrado de posibles, por el precio de un café, dos a lo sumo, pasó horas
tomando notas mientras leía varios periódicos.
No solo; cuando andaba alguna clase por cobrar, me fiaban las bravas o la tortilla que mataban el hambre: “ya me lo darás”. Escucho a gente reclamándose orgullosos de que nadie les haya regalado nada. Desconfío. Que nadie te haya dado nada es, de por sí, un desdoro. Quien tal afirma nunca hizo mérito para recibir, nunca nada va a ofrecer.