Olivas y Borja pugnan entre ellos por un balón. El uno quiere despejar; el otro, jugar la pelota
La evolución en el uso de algunas palabras las ha ido confiriendo el valor de fetiches. Quienes las utilizan desde algún ambón, conscientes del poder magnético, amedrentador, que acarrea la pronunciación de esos términos cuasi religiosos, pretenden llevar el agua a su molino. En su pronunciación los tribunos esconden su artera voluntad de arrastrar hacia sí –sus intereses– la población a la que se dirigen. De esta manera, los vocablos referidos pierden su fértil territorio para convertirse en losas que inmovilizan el pensamiento. Para ejecutar este vaciado, aquellos toman un término cargado de connotaciones positivas, se lo apropian y lo revuelven hasta que, pronunciado, juegue a su favor.