Su padre nunca estuvo, su madre respondía con un
frío y escueto 'murió' cuando le preguntaba por él. Al poco su madre
dejó de estar, un coche se la llevó por delante. Sin raíces, Marco
Stanley Fogg deambulaba por la vida 'tutelado' por su tío Víctor, un ser
tan perdido como él, clarinetista de tercera, aspirante a músico
célebre, un hombre que intentó, con tan buena voluntad como escasa
capacidad, cubrir el hueco afectivo que se había abierto en la vida de
Marco. El propio nombre del protagonista incide en ese exilio interior
al evocar a tres personajes en constante peregrinaje: Marco, por el
navegante veneciano; Stanley, por el explorador y periodista de origen
británico, y Fogg, un contracción del apellido original de sus
antepasados a la que se llega por la desidia de un funcionario de
aduanas, apellido idéntico al del protagonista de la novela de Verne 'La
vuelta al mundo en ochenta días'.
En solo ocho, el Real Valladolid ha dado la vuelta a
España por activa, de norte a sur, pasiva, de sur a norte, y
perifrástica, pero ni ha comerciado con especias, ni ha encontrado a su
doctor Livingstone. Ha vuelto a casa enrojecido, además de eliminado de
la Copa y sin terminar de saber quién es en la liga. A veces ofrece
momentos esperanzadores, como el M. S. Fogg adolescente. Otras parece
que ha tomado la decisión de abandonarse a sí mismo esperando una muerte
por inanición como cuando se acaban sus recursos económicos y ya no
tiene a su lado a Víctor. Pero, de repente, cuando todo parece
indefectiblemente perdido, aparece en el último instante Kitty Wu,
rearma al protagonista que, en sus brazos, encuentra la fuerza
suficiente para seguir deambulando.