lunes, 27 de abril de 2015

EL TIRO DE ROGER

Los días pasan como trámites, uno tras otro se amontonan a nuestras espaldas como las carpetas en la mesa de un registro. Cada uno tiene su gracia, pero la mayoría de ellos resumen su pequeña historia en dos frases que se recitan cuando al final de la jornada alguien te pregunta que cómo fue el día. De unos cuantos queda una anécdota que de tanto en tanto sale a relucir en una conversación de taberna. Algunos, muy pocos, se conservan imperecederos en el recuerdo, son las fechas que uno guarda como fetiches en su baúl de la memoria. Pero entre todos los días siempre se cuela uno maldito. Un día que contuvo aquel instante en el que todo cambió, en el que las cosas dejaron de ser lo que pudieron ser para convertirse en lo que ya nadie podrá evitar que sean. Un día que ni el tiempo es capaz de curar; que se presenta de manera imprevista para acompañarnos para siempre; que, en el mejor de los casos, vuelve recurrente cuando vienen mal dadas o, en el peor, se agarra a las entrañas y las encoge culpándonos para siempre. Un día terco que revolotea en modo condicional: si hubiera hecho, si hubiera dicho, si no hubiera estado…