jueves, 5 de septiembre de 2002

IVÁN, IVÁN, IVÁN DE LA PEÑA

Hemos tenido que esperar tres meses para disfrutarle, de nuevo, en su hábitat natural: el rectángulo verde de los sueños. Una especie depredadora, el entrenador, le acecha y sólo permite que de tanto en tanto se le vea como a los indios en una reserva o a ciertas especies animales en un parque zoológico. 
Él pertenece a una especie sospechosa por abrumador talento, peligrosa por cuestionar lo incuestionable, inadmisible por no ejecutar lo previsible, reo por realizar lo sorprendente. Quién con sus pases cuestiona al encefalograma plano del entrenador, que quiere futbolistas de producción en cadena, ha de ser castigado.
En el fondo estamos topando ante el mundo que se impone. Engordamos rápido a las vacas, destruimos el Amazonas, llenamos nuestro estómago de comida basura (como nuestros contratos) y follamos “aquí te pillo, aquí te mato”. Iván, con su fútbol, es un subversivo, una especie de Subcomandante Marcos. Sus pases inquietan como inquietaba García Lorca con sus versos.
Y si el panorama se oscurece, no lo duden, más policía. Hablarán de eficacia.