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Imagen "El Norte de Castilla" |
Hace casi 40 años se presentó en mi colegio el que entonces
era obispo de Palencia, Nicolás Castellanos. Apunto antes el cargo que el
nombre porque lo relevante, como recordaba por las escasas veces que un prelado
se perdió por mi pueblo, se sustanciaba en el excepcional hecho de que un
obispo nos honrara con su visita. Enseguida dio y dimos la vuelta al asunto:
donde esperábamos pompa, prosopopeya y protocolo nos encontramos con un tipo
tan normal que no nos parecía obispo. En vez de bendiciones, besamanos y demás
zarandajas, hizo corro con nosotros y hablamos de lo que se nos fue ocurriendo.
Quizá por tragón, me asustaba la palabra hambre, me
desasosegaba saber que existían personas que no podían comer, que morían por
ello. Siempre sentí y pensé que no se podía estar tranquilo mientras hubiera
alguien sin alimento. Mi colegio, el de San Juan de Dios, en ese sentido dotaba
de contenido teórico y práctico a esa inquietud: sirva como ejemplo y recuerdo
que en aquel corro también estaba Miguel Pajares, el cura que falleció tras
contraer el ébola en Liberia.