Unos situaron los hechos en la provincia de Huelva; otros, en
Arcos de la Frontera. El caso es que al poco de producirse, los ecos del rumor
habían hecho fortuna: todo el mundo de un área cada vez más extensa conocía la
historia. El corregidor de la zona pretendía a la esposa del molinero. Con la
arrogancia de su posición, él se le declaró. A ella le sedujo la propuesta,
pero se interponía, ¡ay!, un obstáculo insalvable: el temor a que su marido les
pillase. El corregidor entonces urdió un plan. Con el marido a oportuna
distancia, el encuentro se produjo. Como no podía ser todo tan sencillo, apareció
un personaje que alertó al molinero apremiándole para que fuera a su casa. Al
llegar y ser consciente de la situación, inhibió su deseo de venganza. Rumió
otro estilo de desquite. Se vistió con la ropa del potentado y, amparado en la
oscuridad, se hizo un sitio en el hueco de la cama que había dejado libre el
hombre que yacía con su esposa.