Este país, en el que lo trascendente pasa de
puntillas pero a la vez se entretiene discutiendo hasta lo inverosímil
sobre lo accesorio, ha encontrado otro elemento de discordia en el
nombre de un centro cultural. Importante es la política cultural que
camina de la evanescencia hacia la nada (la política cultural, no la
cultura). Asunto menor, por más que haga frontera con el delicado
terreno de lo simbólico, es el de las letras que dan nombre al espacio.
Lo primero viene ocurriendo sin que por ello suenen más que unas pocas
voces que se convierten en alarmas insuficientes; pero algún responsable
del ayuntamiento madrileño decide que se retire el letrero del Teatro
Fenán Gómez para renombrarlo posteriormente y la noticia llena páginas
en los medios, origina revuelo en algunos corrillos, mofas en otros y
solivianta esas tabernas actuales llamadas redes sociales.