jueves, 1 de octubre de 2020

EL DIABLO COTILLA

Durante muchos siglos, al menos en nuestro ámbito cultural de referencia histórica, el ‘Maligno’  jugó un papel amenazador, tentaba a los humanos con el afán de hacerles desobedecer el mandato divino, anotaba en alguna libreta ígnea cada uno de sus triunfos y asumía el control de las almas de los difuntos desobedientes. En el fondo, nada distinto a los manejos de cualquier comercial de una compañía telefónica: usaba sus artimañas para convencer de las bondades de sus productos y, tras el sí, el incauto cliente estaba condenado a penar por las centralitas.

Por entonces, el soberano de turno no tenía más que hacerse con el control religioso de una comunidad, convertir su deseo en ley de Dios y el miedo al infierno se encargaba de docilitar a la población. Paulatinamente, ese miedo concreto dejó de surtir su efecto y determinados usos, antaño pecaminosos, se normalizaron. Entendimos, con Oscar Wilde, que la mejor manera de librarse de las tentaciones es ceder ante ellas. La paradoja se contaba sola: si creemos en el demonio, le daremos la espalda; ahora bien, si no lo tenemos presente, actuaremos según sus deseos. Por eso, a juicio de los que creen en su presencia, el principal poder del ángel caído consiste en habernos convencido de que no existe.