Pasada la etapa de obnubilación que se produce tras cualquier separación, ambos protagonistas se percatan de que hubiera sido mejor haber dado el paso unos meses antes, cuando aún la podredumbre no había horadado la convivencia de forma irreversible.
En su conflicto con Víctor, José Luis Mendilibar, por el contrario, ha acudido al juzgado a presentar la demanda de separación en el momento preciso. Mantener por más tiempo una relación tensa con la esperanza de que una conjunción astral remiende el roto hubiera acrecentado la pérdida de respeto y el desarraigo del grupo. Bajo el mismo techo no hay espacio para los dos y han decidido que sea el entrenador quien se quede con la casa. El club, como juez, no ha sorprendido por lo previsible de la sentencia, aunque la institución, como parte, ha adolecido de ingratitud, se ha echado de menos un poco de tacto. Si tiene que salir que salga que no pasa nada, pero está mal que sea a hurtadillas.
Víctor se va, pero su trayectoria le garantiza un hueco dentro de la categoría de eterno en el santoral blanquivioleta. Nos mostró que el fútbol es un juego donde la inteligencia y el talento pueden imponerse al poderío físico, tanto por la eficacia como, sobre todo, por la permanencia en las retinas de los espectadores. Ahora que los pequeños se han adueñado del fútbol, irradiando la alegría que este deporte nunca debió perder, se despide de nosotros el que más se parece a ellos.
Para el aficionado llega ahora el tiempo de la melancolía. Recodaremos su último gol como la última vez que se hace el amor antes de la ruptura, con la pena de no saber que era el último.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-06-2009