Será porque la hora cuadra o porque el formato les engancha,
pero mis padres se plantan cada día ante la tele cuando se emite ese concurso
de título ‘Pasapalabra’. Si coincido en su casa a la hora de emisión, me siento
con ellos y pretendo seguir la retahíla de preguntas y respuestas. Pretendía,
porque ya asumí la inoperancia de mi intento. En vez de estar pendientes de la
pregunta y atentos a la respuesta, van comentando entresijos accesorios del
programa. Así, no me cosco de nada. Un día, sin embargo, mi madre se ufanó al
percatarse de que conocía la definición requerida y la lanzó toda orgullosa
esperando que la invitada confirmase su acierto. Ella, inesperadamente para mi
madre, pronunció el ‘pasapalabra’ indicativo de desconocer lo que se le
solicitaba. “¿Cómo se atreve a salir en la tele alguien que ignora algo tan
sencillo como para que una mujer mayor y que no pudo ir a la escuela como yo lo
conozca?”. “Van porque les pagan por ir, madre, se lo sepan o no”, respondió mi
hermano, pero no la convenció. “Por mucho que me pagasen, que no creo que sea
por necesidad, no consentiría ir para que toda España supiera lo burra que
soy”.