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Imagen tomada de hogarmania.com |
Si algo sabemos de trigonometría, si somos capaces de
entender qué es un hiato o si recordamos que a los reyes de la dinastía de los
Habsburgo se les dividía en Austrias mayores y menores, se lo debemos en mayor
medida a las vacas, cerdos y ovejas que a nuestras multicentenarias
universidades. Con su leche, su carne, su lana -unido al ingente trabajo de
nuestros padres- se pudieron pagar los estudios de varias generaciones,
estudios que habrían de servirnos para aquel etéreo ‘ser algo en la vida’, para
aquel concreto ‘no tener que trabajar y sufrir tanto como nosotros’.
Quien ha visto llorar a su madre por una gallina que se
ahogaba o lanzar juramentos al aire ante una vaca recién parida a la que se la
habían salido ‘las madres’ es consciente del peso que en nuestras vidas ha
tenido esa ganadería ‘de pocas en pocas’, alguna vaquilla en la cuadra, algún
cerdo en la pocilga o un pequeño rebaño al que pastorear. Cosas de la vida,
esos mismos animales, con pagarnos los estudios, pusieron fin a los tiempos de
las cuadras, las pocilgas y las cijas.