lunes, 28 de septiembre de 2015

RUBIOS Y HERMOSOS

Es sencillo acertar con los pronósticos cuando los hechos que se predicen ya han sucedido y, a partir de ahí, prescribir la medicina que se debería haber tomado para haber evitado ‘llegar hasta aquí’. Los profetas de lo pasado, sin embargo, son incapaces de detectar los silenciosos movimientos de las placas tectónicas. Después, cuando a resultas de esos movimientos, dos placas chocan y el retumbe se deja sentir en la corteza terrestre, sí se aventuran a vaticinar las catástrofes que, a buen seguro, habrán de llegar. Esos aprendices de brujo que nos gobiernan o aquellos que pontifican desde valiosas tribunas no fueron capaces de desentrañar lo que estaba ocurriendo y ladinamente, con cara de sorprendidos, aventuran desgracias cuando ya no funciona el embrague y no saben cómo poner la marcha atrás. Concluye el Valladolid su partido y al poco se cierran los colegios electorales en Cataluña. El uno no gana, las otras ponen en entredicho el actual mapa político de la Península Ibérica. Habrá quien se lamente de lo uno y de lo otro, como si ambas cosas fuesen el resultado del súbito encantamiento de un perverso hechicero, como si hubiésemos llegado a este punto sin haber sido conscientes de que caminábamos inexorablemente hacia él. Tanto hablar y hablar y sin embargo olvidan las preguntas más importantes, las que buscan una respuesta entre los hechos y no entre los deseos. Como si por pensar que las consecuencias de un seísmo son calamitosas se pudieran evitar, como si ese simple pensamiento fuera suficiente para evitar el choque de placas y, de esta manera, teorizar absurdamente sobre los terremotos sin tomar medidas de prevención.