Las sociedades, a pesar de ser cuerpos abstractos, también envejecen.
Ocurre porque, aunque se vayan renovando los componentes -unos mueren, otros se
incorporan- las estructuras que las sustentan permanecen y se ven afectadas por
ese mal del tiempo que enunciara a principios del siglo XX Robert Michels y que
es conocido como ‘la ley de hierro de la oligarquía’. El sociólogo alemán venía
a decir que los partidos políticos -se puede generalizar a cualquier estructura
de poder- sufren un proceso por el cual terminan inexorablemente en manos de
una minoría que es la que decide. Un camino que siempre se inicia con un
proceso de burocratización. Las estructuras recaen en manos de unos pocos
‘expertos’ que se adueñan de la
organización al convertirse en imprescindibles. Estos transforman lo que es un
simple instrumento –la organización política- en su propia fuente de poder. Así
lo moldean a su antojo hasta convertir su mantenimiento en el fin último de su
labor. Entre esos pocos siempre es necesario un líder que aglutine y que se
identifique, al menos inicialmente, con lo que la organización dice
representar. Ese líder conserva la estructura y la estructura sustenta al
líder.