No me sorprendería que más de uno hubiese llegado tarde o se hubiera
perdido alguna proyección por haberse distraído tertuliando en cualquier
terraza. Sí, amigo que lees esto desde fuera de Valladolid, has leído bien: 29
de octubre, Valladolid, terraza. El veranillo de San Miguel se nos está yendo
de las manos. Tanto, que le está empezando a sobrar el diminutivo. Un mes hace
ya de la celebración del santo arcángel y todavía quedan por ahí, paseando por
la calle, gentes en mangas de camisa. Tanto, digo, que a nada que se alargue
tres días más, va a terminar invadiendo la víspera de la noche de difuntos. A este
paso, cuando se explique el Tenorio en las aulas, va a haber que contar a la
chavalería que hubo un tiempo en que lluvias, brumas, nieblas y fríos eran, por
estas fechas, lo más propio en este nuestro páramo de mar adentro. Tanto,
insisto, que hace bueno hasta por la noche. No es aquello de alguna mañana
otoñal que nos alegraba la vista al mostrar el sol luciendo en todo lo alto,
mañanas de un calor mentiroso padre de buenos catarros.