Ya ven, el R Valladolid recibe seis goles del Barça con la luz de todos los focos televisivos y, ayer, sin embargo, se enseñorea del Madrigal en la clandestinidad. Porque eso fue el partido: un recital sobre el manejo del espacio y del tiempo por parte blanquivioleta. Un concierto invisible salvo por Internet (gracias a Telegiraldillo) frente a la nueva versión del SuperDepor: un club pequeño que disfruta tratando -siquiera temporalmente- de tú a los equipos más fuertes del continente y que puede presumir de lucir a tres de los recientes campeones de Europa.
Es el Villarreal un equipo que se le da bien al Valladolid. Fue al último que ganó en primera división, al que eliminó de la Copa cuando se deambulaba en segunda división y a ello hay que sumar el precedente de agosto: ese 1-5 en el que Medunjanin se ganó la camiseta. Los amarillos quieren la pelota, la soban y buscan caminos laberínticos para llegar a la portería contraria. Ni se encierran ni buscan el juego directo. Una bendición para un equipo que dispone un campo de minas para frenar la exuberancia de pases cortos y que cuenta con la velocidad de transición defensa-ataque como su arma favorita.