Anda el juez Garzón de caza
mayor, pretende abatir judicialmente a esa jauría de bestias que domeñaron al
pueblo argentino, como en su día lo intentó con la serpiente chilena o como
nunca pudo hacerse con las fieras propias, alguna de las cuales retoza entre
mares de chapapote. Es el suyo un esfuerzo volitivo, al margen de cualquier
razón práctica o teórica, a contracorriente. Pretende subvertir con la laya de
la ley el vago concepto de una globalización en la que el mercado sustituye a
la política (globalismo*) por otra en que la conciencia de vivir en una
sociedad interrelacionada (globalidad*) sitúe los hitos de la convivencia
y las fronteras nacionales no sean cortapisas
en el camino de la justicia. Ardua tarea ahora que el poder de los estados se
apuntala contra la libertad de sus ciudadanos (a la par que se debilita ante
los intereses económicos). En sus sueños, Garzón, cómo en los del senador Rance
en El hombre que mató a Liberty Valance, se entierra a un mundo. Pero echa en
falta a un John Wayne, exponente y
sepulturero del viejo orden, que le auxilie en el empeño, y eso no parece
cercano.
*
Definiciones recogidas en el libro de Dámaso J. Vicente Blanco “La
libertad del dinero”, Germanía, p. 13, tomadas a su vez de Ulrich Beck “¿Qué es
la globalización?” Paidós, pp 27-29