sábado, 18 de marzo de 2023

LAS QUINIENTAS INTEGRALES

No es ni la primera ni la segunda, ni la décima vez que, al modo del campaneo estimulando la salivación de los perros con que experimentaba Pávlov, un silbatazo del árbitro arrastra mi memoria a los primeros años noventa, a un piso de La Rubia, a lo que este rapaz recibió como un insólito encargo. Pese a las tentaciones, nunca escribí aquella alegórica historia con su posterior consideración por ausencia del requisito autoexigido: dado que de inicio me propuse no servirme de este espacio para escudar en el arbitraje una derrota del Pucela, la jugada no habría de ser relevante para el sentido del resultado. Hoy, por fin, es el día oportuno; entiendo que la jugada referida, la del penalti por mano de Joaquín, cumple con la condición, nada hace pensar que de omitirse habría cambiado algo. Es más, ese tipo de decisiones, la manera de entender el juego y su arbitraje, se ha generalizado hasta el punto de que ni siquiera se puede considerar un error arbitral. 
Acudí entonces a una llamada en la que se me requería para unas clases de apoyo en Matemáticas a una chica de COU. Dado el sí a los padres y dispuesto para la tarea, hablo con la estudiante para saber qué parte de la materia era la que le traía de cabeza. –Tengo en breve un examen de integrales. –A ello pues –sonrío, animo, me dispongo a sentarme–, ¿empezamos? –Verá, la idea no es aprender a integrar. El profesor nos ha dado unas hojas con quinientas integrales, dijo que en el examen caerán diez de ellas y lo que quiero es que usted –un 'usted' que con apenas veinte años te hace sentir que no habla contigo– me las resuelva para que yo me las aprenda de memoria. Los ojos se me abrieron de par en par, me resultaba más difícil su pretensión que la ortodoxia de aprender. Cumplí, resolví las integrales. Cumplió, memorizó y sacó una nota de las altas. Obviamente sin tener ni idea de integrales. Bien, la mano señalada a mi tocayo se considera punible porque los arbitrajes actuales no se rigen por el conocimiento del juego sino por la memorización de una serie de requisitos que separan lo delictivo de lo consentido, que trazan la frontera entre el dolo y la naturalidad. Las manos, en la esencia del reglamento, en nuestros juegos infantiles, se dividían en voluntarias e involuntarias. Algo, en el fondo, imposible de averiguar. La certeza solo existe en la cabeza del ejecutor. Antaño, los árbitros suplían ese no saber con la interpretación. Tras engaños y burlas, suspicacias y recelos, poses impostadas y victimismos artificiosos, se articularon criterios para desglosar las punibles; se diseñaron protocolos que no sirven para discernir la verdad sino para generar una verdad jurídica innegociable; se memorizaron quinientos vídeos y quinientas fotos como quinientas integrales resueltas. El paso siguiente, el que ya se estará dando, nos llevará a diseñar entrenamientos para poder ejecutar con precisión lo que ofrece buen rendimiento, por ridículo que parezca al alma del juego; no sé, estar pendiente de que un brazo rival se despegue del tronco para tirarle a dar. Todo lo anterior, ya digo, era condición para escribirlo, no cuestiona la derrota, ni empequeñece el triunfo por KO del Athletic. Es más, las sensaciones que transmitió el equipo anduvieron muy por debajo del resultado, fue uno de esos días en que ni te cabreas porque casi desde el inicio has asumido la derrota. Derrota que corresponde rumiar por dos semanas. Malditos parones con regusto a aceite de ricino, con notoria cara de tonto. En estas, uno se suele amparar en la expectativa generada por el siguiente partido. En este caso, viendo cuál es, uno teme que el rostro de lelo que se te quedó te lo terminen partiendo a la vuelta.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-03-2023

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