Escucho la palabra ‘aleluya’, proviene de un atril no de un púlpito. Quise pensar que se estaba introduciendo la canción de Leonard Cohen –ya sé que se escribe distinto pero mi torpe oído no es capaz de distinguir tal matiz-, pero no. La voz que resuena, en medio de un acto político, es la de una pastora evangélica. Paro mis rotativas cerebrales. Todo lo que paseaba por mi cabeza con la intención de tomar café en este folio se detuvo: la ridícula polémica de los bonos sociales cobrados por quienes pueden y no lo necesitan, la torpe disposición que lo alienta, la ‘tamamética’ moción de censura, el artificioso debate sobre si en los últimos decenios se han restringido o ampliado los cauces de las libertades, la llegada de la primavera o la pérdida incesante de esos bares de barrio con atención a voces personalizadas.
Aparentemente puede parecer un asunto menor. En un acto
político planteado como un encuentro con personas inmigrantes de origen
‘hispano’ se recurre a la voz de una lideresa comunitaria. Hasta ese punto, un
episodio más de la perenne campaña electoral. Que el liderazgo adquirido por la
ponente se asiente en una raíz religiosa no modifica esta perspectiva: que una
sociedad se defina como laica no puede cuestionar las creencias religiosas
particulares ni su expresión pública ordenada. No lo es. Al escuchar el
enfervorizado sermón me asaltó un ‘ya están aquí’ referido a las iglesias
evangélicas, como sabiendo que su llegada sería inexorable. Me da, y no creo
exagerar, que este día adquirirá importancia con el paso del tiempo, será el de
la entrada triunfal de los movimientos evangélicos en las esferas de poder de
España. El instrumento –no religión, sino estructura de poder- utilizado por el
imperio decadente para apuntalar su hegemonía en declive ocupa su espacio, se
extenderá. El viaje del norte al sur en América prosigue atravesando el
Atlántico hacia el este. Futuro de miseria envuelto en aleluyas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-03-2023
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