lunes, 5 de diciembre de 2011

Los duelistas


Se retaron a duelo en aquellos mejores días por un quítame aquellas pajas, dos decenios han pasado desde entonces. Hoy tienen su domicilio en la Segunda División, pero como en el escalafón del fútbol pesan los galones, ambos lucen el grado de oficiales y el respeto -que no miedo- de los oponentes. Aunque sobre todo comparten la mutua necesidad de mantener viva una vieja rivalidad que esconde la degradación bajo una mano de nostalgia
El Pucela y el 'Dépor', aunque nunca dejaron de pelearse, jamás se hicieron daño real. Simplemente se cruzaban por el camino, la culpa es tuya, empezaste tú, apelaban a su honor y se revivía el duelo. Una y otra vez, ahora en liga, ahora en copa; otrora en lo alto, hoy con ganas de volver. Siempre buscándose, eternamente apelando a la muerte para sentir que aún la vida fluye. Cuando Joseph Conrad publicó 'Los duelistas' utilizó lo que aún era casi reciente historia, las guerras napoleónicas, para contar el duelo entre los tenientes Feraud y D'Hubert. Nadie recordaba el origen de la disputa, pero todos conocían la rivalidad y en el fondo les envidiaban porque habían encontrado un motivo.

Las mismas peripecias fueron llavadas a la gran pantalla por el irregular Ridley Scott quien deslumbró con una recreación plena de sensibilidad. El bueno de Scott hubiera tenido problemas para conseguir una escena a la altura si hubiera puesto ayer una de sus cámaras en la hierba de Zorrilla. Ambos espadachines mostraron, eso sí, empaque y buenas maneras a la par que demasiado miedo -mantenerse con vida durante tanto tiempo en este contexto solo es posible para quien huye de la temeridad-. La hora y media de litigio concluyó con un empate que no sacia la sed de venganza de ninguno pero que permite alentar la esperanza de hacerlo más adelante. Cada línea, cada imagen, alimenta la tensión porque cualquier acción puede definitiva. Ambos estuvieron a punto de morir pero la espada chocó con el poste en vez de morder carne de red. Todo se conjura para que sea así, siempre hay un recurso literario, un artilugio visual, que impide la muerte de uno de ellos. Esta vez ese recurso tuvo nombre de árbitro: a la única estocada plenamente certera la convirtió en sueño y cuando Guerra despertó, vio que el cero a cero seguía allí. Y allí permaneció.
El empate, un resultado que ni mata ni termina de dar vida, puede convertirse en la tumba del Pucela. Es el equipo que más tablas firma de los de la parte alta de la clasificación y transmite la misma sensación que quien va de caza con un cepo. No sale con los galgos con la pretensión de levantar una pieza a la que perseguir, ni con la escopeta presto para abatir a la primera ave que levante el vuelo. El Valladolid coloca la trampa y espera a que algún incauto bichejo ponga allí sus patas y quede definitivamente atrapado. Quiere llenar la cazuela esperando a que el tiempo juegue a su favor y son ya varias las veces que ha vuelto a casa con la cazuela vacía o con poca carne para tanto arroz. El 'Dépor' no demostró mucho más, vino, eso sí, a corroborar la distancia entre los sabios entrenadores y los necios aficionados. Quienes aquí cuestionan que los extremos jueguen 'a pierna cambiada' no conocen los profundos vericuetos que manejan los entendidos. Oltra corrobora la tesis de Djukic y viceversa: Guardado jugó por la derecha. Eso sí, creó más peligro en diez minutos por su banda que en los otros ochenta. Al que le da igual donde le pongan es Valerón. Cuando está es el origen de todo, la causa o la causa de la causa. Aunque, como los demás, dejara abierto el desenlace del duelo para mejor ocasión.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 5-12-2011

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