La escena, a buen seguro, no les resulta desconocida. Se habrán topado con ella en algún relato, artículo, película o serie de televisión. Tanto da si se emplaza a un aula o a una sala en la que se desarrolla una sesión de terapia de grupo. La persona, docente o terapeuta, que dirige la palabra al colectivo alza un vaso con un poco de agua, interrumpe su disertación, calla por unos segundos. Las presentes, auspiciadas por el inesperado silencio, murmuran entre ellas pretendiendo demostrar a las más próximas que han adivinado la voluntad inquisitoria del orador. 'De fijo –cuchichean– ahora nos preguntará si encontramos el vaso medio lleno o medio vacío y nos dará la chapa al respecto de la importancia de la motivación, la necesaria significación del optimismo frente a su perverso gemelo, el pesimismo, la trascendencia que otorgamos a las tesituras que nos rodean, a la diferente visión que se nos encara si nos apoyamos en las herramientas de las que efectivamente disponemos u optamos por lamentar las que faltan en nuestra caja'.