No fueron pocos los avatares que dificultaron la llegada del inventor hasta el portón del edificio que albergaba, alguna planta arriba, la emisora de radio desde la que se emitía el programa que acababa de lanzar al aire un reto que, de alcanzarlo, supondría una pausa en su penuria, un estímulo en su desempeño científico, quizá la última esperanza a la que agarrarse antes de una tan meditada como temida rendición: tres mil pesetas. Él, imbuido en su labor, desasosegado por la incapacidad de patentar un novedoso modelo de pistón automovilístico, alicaído ante la certeza asumida de que los americanos –que lo habrían de desarrollar después– se atribuyesen el prestigio y el rédito del ingenio, no atendía a estas bagatelas, pero... Pero de repente, en el exiguo laboratorio en el que este modesto investigador interpretado por José Isbert se devana la sesera, irrumpe la figura alborozada de José Ortas encarnando a su amigo, suponemos que ha compartido penas y aflicciones, que se duele ante el desconsuelo del compañero al que admira, que la noticia que porta le reconforta tanto o más por brindar una alegría al colega que si el alivio fuera para él.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.