Dado que no me encuentro en disposición de
constatarlo, no les puedo asegurar si la reflexión que les propongo procede de
Friedrich Nietzsche o deriva del intento de algún autor de condensar la
visión al respecto del ser humano del filósofo alemán. En cualquier caso uno
lee: «El ser humano es sólo y exclusivamente naturaleza o cuerpo sensible:
naturaleza viviente, pensante y volente. Cualquier otra entidad que añadamos
–alma, espíritu puro– es una idea ficticia inventada por nosotros» tras padecer
el último partido –sea este el que sea– del Valladolid y atribuye a los
blanquivioleta tal definición de los humanos. Resulta imposible encontrar en
este equipo siquiera una brizna de alma, un hálito de espíritu puro. En la
realidad pucelana, ambas facultades perdieron asiento en el desempeño
cotidiano; a estas alturas –la ausencia de ellas es demasiado estentórea– ya ni
responden al concepto 'ficticio', han mutado en inexistentes. Yendo a más,
podemos interpretar que el equipo (y el club) tiende tanto a la nada que
cuestiona incluso la propia naturaleza de su ser: cabe controvertir sobre si el
cuerpo del Pucela es aún sensible –si le duelen los recurrentes vapuleos–, si
conserva algún arresto viviente, alguna aptitud pensante, algún ánimo volente.
Buscando otras referencias, sí podemos atribuir a este Pucela el carácter
humano. En la película 'El Dorado', dirigido en 1966 por Howard Hawks, una
estrafalaria cuadrilla se opone al malvado de turno. El sheriff Harrah, sumido,
tras una fallida historia de amor, en una depresión que sistemáticamente ahoga
en alcohol, retuerce su resaca en el catre de la celda. Al lado, sus compañeros
de camarilla se lamentan por la situación de su colega, se duelen por la
pérdida de su compostura. Bull, el anciano ayudante de Harrah, su apoyo más
leal –y por tanto, crítico– apunta: «De que (el sheriff) es humano no hay duda.
Tiene que serlo. Ningún otro bicho de la Tierra se pone en ridículo a sí
mismo». Y así, humanamente ridículo, el Pucela deambula convirtiendo al rival
de turno en un ente virtuoso. En San Mamés, sobre todo en la primera mitad –la
segunda no fue más que un mohíno corolario–, el Pucela recordó aquel chiste de
la infancia que trasteaba con la superpoblación de China: «Mil niños jugaban al
fútbol en una cabina de teléfono. Uno marcó gol y el portero batido reconvino a
sus compañeros, 'si es que lo habéis dejado solo'». La defensa del Pucela,
profusa por la disposición táctica, nunca estuvo cuando se la requería.
Cualquier gesto, maniobra o engaño de un jugador del Athletic, le dejaba libre
de cualquier marca. Jauregizar llegó caminando a la frontal sin toparse con
nadie, Nico discurrió surfeando entre las suaves olas defensivas, Maroan se
deshizo de Torres con una simple media vuelta, Sancet no sintió aliento rival
en su remate... Y menos mal que Hein menoscabó numéricamente la debacle, de
otra forma el guarismo del rival hubiera alcanzado el ruborizante doble dígito.
De la misma forma que los días son muy largos y los años muy cortos; el
desenlace de la temporada del Pucela ha llegado demasiado pronto, las semanas,
por el contrario, se harán eternas.
Publicado en El Norte de Castilla el 24-2-2025