A veces Dios castiga a los malos de la forma más cruel: dándoles la
razón a sus argumentos pero impidiéndoles conseguir sus objetivos. La
corriente dominante impele a conseguir los objetivos al precio que sea. A
priori, y al margen de cualquier análisis ético o estético, puede
tener sentido aquella consigna 'si pretendes algo no pares hasta
conseguirlo, caiga quien caiga'. El problema empieza cuando se defiende
la habitación destruyendo la casa. Y la morada común es el fútbol.
En la segunda mitad de los años ochenta, el fútbol
italiano era el más pujante, el que conseguía mejores resultados y, como
si fuese una pasarela, por allí desfilaban las estrellas más
rutilantes del firmamento. Las demás ligas se alimentaban de las
sobras.
En este perro mundo, el triunfador marca tendencia
pero siempre se imita lo peor de cada escuela, lo simple, lo que surge
tras un proceso primario de identificación. Nunca, casi nunca, se
profundiza. Del 'calcio' italiano se llegaron a admirar, e importar, los
recursos antifutbolísticos que facilitaban el triunfo, olvidando que
el mejor de sus equipos, el Milán de Arrigo Sacchi, caminaba en sentido
inverso. Daba igual. Todos relacionábamos Italia y 'catenaccio'. El
papanatismo de los ajenos produjo el engreimiento de los propios. Se
vieron como les veíamos e insistieron.
Valía engañar al árbitro, perder tiempo, enmarañar el juego, cualquier treta que sirviera a los intereses. Los campos se fueron vaciando. A nadie le interesaba el juego, era suficiente con saber el resultado final. La filosofía caló hasta el tuétano y se siguió por la misma linde. Ya no solo se entendían como lícitas las artimañas que se producían en el campo, el tumor se extendió y el todo vale salió del estadio.
Al fin y al cabo, cuando se empieza a no vivir como se piensa, se termina pensando como se vive. Es tan fuerte la capacidad del ser humano para justificar sus propios actos que termina modificando su forma de ver el mundo para salir absuelto de su propio juicio. Si no estaba mal engañar a un árbitro tampoco pasaría nada por ponerle precio. Así llegó el 'Moggigate'. Hoy la 'lega' languidece. Ya no es la primera, ni la segunda, ni la tercera. Hoy sobrevive como banco de pruebas para jóvenes talentos que aspiran a ir a otros lares y cementerio de elefantes que caminan, piano, piano, a su ocaso.
Lo sorprendente es que ese fútbol perro pervive en el imaginario de muchos aficionados que lo exigen en cuanto el miedo resopla en el aliento, en cuanto hay algo que conservar.
Ayer el Xerez fue un prototipo de esta filosofía. Parecía que el empate le venía bien, sobre todo tras la doble tontería de Vega que le obligó a arrastrar sus huesos al vestuario antes de la hora prevista. Los andaluces perdieron tiempo, fingieron lesiones, teatralizaron penaltis...para morir en el descuento a causa de un gol que se produjo tras una jugada en que Nauzet robó el balón cometiendo falta. El fútbol, así, hacía justicia y castigaba al que ayer asumió el papel del malvado, el Xerez, sin el premio pero cargado de razón. Lástima que no siempre ocurra y tantos bellacos, a veces nosotros, consigan sus fines con medios espúreos. También en el fútbol.
El Valladolid prosigue su escalada pero, siguiendo con la reflexión anterior, acercarse a los objetivos no justifica todo lo que se hace ni debe cerrarnos los ojos ante una trayectoria tan irregular. Por primera vez, desde septiembre, tengo la sensación de que este equipo jugará la promoción y tendrá la opción de ser el que más chifle. Espero que, llegado el caso, el champán no destruya el pliego de cargos. No se puede aplaudir estar peor de lo debido por estar mejor de lo que llegamos a temer.
Valía engañar al árbitro, perder tiempo, enmarañar el juego, cualquier treta que sirviera a los intereses. Los campos se fueron vaciando. A nadie le interesaba el juego, era suficiente con saber el resultado final. La filosofía caló hasta el tuétano y se siguió por la misma linde. Ya no solo se entendían como lícitas las artimañas que se producían en el campo, el tumor se extendió y el todo vale salió del estadio.
Al fin y al cabo, cuando se empieza a no vivir como se piensa, se termina pensando como se vive. Es tan fuerte la capacidad del ser humano para justificar sus propios actos que termina modificando su forma de ver el mundo para salir absuelto de su propio juicio. Si no estaba mal engañar a un árbitro tampoco pasaría nada por ponerle precio. Así llegó el 'Moggigate'. Hoy la 'lega' languidece. Ya no es la primera, ni la segunda, ni la tercera. Hoy sobrevive como banco de pruebas para jóvenes talentos que aspiran a ir a otros lares y cementerio de elefantes que caminan, piano, piano, a su ocaso.
Lo sorprendente es que ese fútbol perro pervive en el imaginario de muchos aficionados que lo exigen en cuanto el miedo resopla en el aliento, en cuanto hay algo que conservar.
Ayer el Xerez fue un prototipo de esta filosofía. Parecía que el empate le venía bien, sobre todo tras la doble tontería de Vega que le obligó a arrastrar sus huesos al vestuario antes de la hora prevista. Los andaluces perdieron tiempo, fingieron lesiones, teatralizaron penaltis...para morir en el descuento a causa de un gol que se produjo tras una jugada en que Nauzet robó el balón cometiendo falta. El fútbol, así, hacía justicia y castigaba al que ayer asumió el papel del malvado, el Xerez, sin el premio pero cargado de razón. Lástima que no siempre ocurra y tantos bellacos, a veces nosotros, consigan sus fines con medios espúreos. También en el fútbol.
El Valladolid prosigue su escalada pero, siguiendo con la reflexión anterior, acercarse a los objetivos no justifica todo lo que se hace ni debe cerrarnos los ojos ante una trayectoria tan irregular. Por primera vez, desde septiembre, tengo la sensación de que este equipo jugará la promoción y tendrá la opción de ser el que más chifle. Espero que, llegado el caso, el champán no destruya el pliego de cargos. No se puede aplaudir estar peor de lo debido por estar mejor de lo que llegamos a temer.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-4-2011
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