Al Pucela se le ha puesto cara de persona. Parece que se va resolviendo la duda lanzada al aire el domingo pasado y el club, de arriba a abajo, ha apretado los glúteos para salir con bien del trance. El cuerpo ha aguantado la primera sesión de quimioterapia y se encamina a la segunda. La pinta, si nos fiamos de las sensaciones, no puede ser mejor pero el resultado de los análisis deja algún rasgo preocupante, el uno cero son pocos leucocitos para hablar de garantías, pero quizá suficientes para aguantar la segunda embestida. De nada sirve al enfermo mirar atrás porque modificar el pasado es tarea imposible aunque del mismo Dios se tratase. La situación le reclama vivir al día y saborear cada sorbo como si fuera el último porque puede serlo pero es inevitable que, pasillo arriba, pasillo abajo, vaya repasando sus días buscando las causas que le han llevado hasta este punto. Maldice el día que empezó a fumar y la nula convicción con que se repetía miles de veces que lo iba a dejar. Ahora no queda más remedio, a la fuerza ahorcan. Luchar, luchar y luchar. Buscar soluciones a partir de todos los remedios y, en esa tesitura, nada mejor que unir al tratamiento químico el homeopático. Y el remedio más natural cuando un cuerpo futbolístico no funciona es insuflarle fútbol. El tratamiento tuvo nombre y apellidos: Álvaro Rubio. Ha pasado buena parte de la temporada en la nevera pero ha aparecido en el momento más oportuno. Su partido fue sencillamente magistral, el nombre de Javi Guerra estará en boca de todos por el gol pero, para llegar ahí, tuvo que haber un jugador que viera a un compañero desmarcado y le pusiera el balón en el centímetro ideal. Además demostró que habla el mismo idioma que Óscar, ambos lideraron media hora de fútbol primoroso, al menos si tenemos en cuenta el nivel al que estamos acostumbrados. Pena de tiempo perdido. Añado, para los apologetas del equilibrio, el solito se bastó para cortar las pocas embestidas ilicitanas. Ese equilibrio que vuelve loco a algunos entrenadores también hizo estragos en el Elche. Su jugador con más clase, David Sánchez, arrancó el partido en el banquillo. Solo cuando recibieron el gol, Bordalás, el técnico blanquiverde, le dio entrada como diciendo: ahora sal y arregla con los pies lo que yo no he conseguido con la tiza. Seguro que, de haber jugado en el equipo rival, hubiera tejido un sistema para frenarle.
Es consciente el enfermo de otro hecho que responde afirmativamente a la pregunta de si merece la pena seguir: Hay mucha gente que le quiere. El día a día, entre quehaceres y obligaciones, entre prisas y mejor mañana, te aleja de tu gente, esa que te aprecia, la que no falla cuando la necesitas. La sala de urgencias de Zorrilla estaba ayer atestada de color vallisoletano. No era por ver al Barça o al Madrid, los veintidos mil fueron a insuflar ese estímulo imprescindible para dar razón a los deseos, esa fuerza motriz con capacidad de sugestión. También es cierto que alguna visita en los meses previos no hubiera estado de más por parte de la mitad de los hoy acudieron. Paradójicamente la llamada de auxilio se ha realizado con un lema tan exitoso como inconsistente. El #noaflojes dirigido a los habituales era innecesario porque estos no lo hacen nunca y a los otros no se les puede pedir que no aflojen porque no habían empezado a apretar.
Este epílogo no ha hecho más que empezar y nada está dicho. Quizá el domingo a las once se haya puesto remate a un año que si acaba mal no fue por su arranque ni por su colofón sino por el pésimo trasiego en las aguas intermedias. Pero quizá no y el sueño siga vivo y un paso más cerca. Solo quizá.
En cualquier caso algo hemos aprendido, al menos un par de cosas. Las costumbres poco saludables se terminan pagando y es mejor apoyar un poco muchos días que un mucho solo un día.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-6-2011
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