La historia del ser humano podría ser relatada utilizando su relación con los animales como hilo argumental. Han sido imprescindibles en el desarrollo humano generando sentimientos encontrados que van desde la admiración al miedo, desde la necesidad a la reticencia. Durante millones de años, esta relación no pasaba de ser la que mantiene un cazador con su presa hasta que, treinta milenios atrás, se modificaron todos los vínculos cuando el 'homo sapiens' domesticó al perro. Arrancaba así una no siempre fácil coexistencia.
Esta relación se acrecentó cuando el hombre puso a su servicio a algunos grandes herbívoros para que realizase labores de carga y ayuda en la incipiente agricultura. La energía aprovechable, de repente, se había multiplicado.
Durante los siglos posteriores unos necesitaron a los otros y los otros se acostumbraron a los unos, siempre cerca y cada cual en un lugar. Esta relación prácticamente no varía hasta que la máquina fue sustituyendo a los animales y el hombre fue progresivamente abandonando el campo para instalarse en la ciudad. Los animales dejaron de ser necesarios, pero los vínculos son difíciles de romper, el hombre seguía requiriéndoles a su lado en busca de una compañía tantas veces esquiva por sus congéneres.
Es tanto lo que estos seres pueden ofrecer que, en algunos casos, sus dueños llegan a tratarles como si de otro humano se tratase. Si es comprensible el apego e, incluso, que uno se desviva para que los animales que comparten hogar estén en las mejores condiciones no lo son tanto algunas actitudes que responden a este proceso de 'humanización' aunque solo sea por una razón: la esperanza es patrimonio de los humanos.
Todos tenemos algún conocido que ha necesitado algún tratamiento que solo se puede soportar si se agarra a ese bálsamo. Se cambia ese sufrimiento endemoniado porque después del túnel puede estar, de nuevo, la vida. El animal sometido a ese tratamiento simplemente sufre y no entiende el porqué. Esa falta de esperanza hace que sea más digno poner punto y final que prolongar la agonía. El aforismo 'es por tu bien' carece de sentido cuando no se comprende la relación causa-efecto y no existe, además, capacidad de elegir.
El Real Valladolid había llegado vivo a este último episodio pero sabiendo que solo tenía un 25% de posibilidades de superar el trance. El tratamiento es duro, en principio un ciclo de dos partidos que, de salir bien, se tendría que volver a repetir.
Los aplausos tras el partido se deben a que el aficionado ha visto abierta la puerta del hospital y hay un quirófano libre pero pueden ser el preludio del llanto si el paciente no es capaz de agarrarse a la vida y aumentar la capacidad de sufrimiento en pos de ese final feliz.
Nosotros, como esos dueños de animales, alimentamos con nuestros deseos la ilusión de generar esperanza en donde a lo mejor no la hay. El Valladolid está tumbado en la camilla pero no sabemos si es persona, animal...o cosa.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 5-6-2011
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