Recluido en su granja, el señor de Sainte-Colombe anhela encontrar el sentido de la música. Sabe que la naturaleza ofrece ese milagro espontáneamente, que sus sonidos son sinceros, sin artificios. Entrega su alma intentando arrancar hasta el último parpadeo a su viola de gamba. A su casa acude un joven Marin Marais con el objetivo de aprender todo lo que le ha supuesto una vida al maestro. Sainte-Colombe le pide que toque alguna pieza. Marais toca embelesado convencido de su capacidad hasta que el maestro agacha la cabeza y emite su veredicto. Primero alaba su técnica pero le explica que la música es otra cosa, 'sois un gran equilibrista, pero un músico menor', y remata con desdén diciéndole que no tiene motivo para estar preocupado porque esas florituras gustan en la corte, vivirás muy bien. El debate entre talento y artificio, entre música y sonido aparente, centra el argumento de 'Todas las mañanas del mundo', película de Alain Corneau en la que la música de Jordi Savall está siempre presente.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
martes, 28 de agosto de 2012
martes, 21 de agosto de 2012
De ratones y balones
Sentados a la vera de un río,
Lennie Small y George Milton reposan tras haber puesto su huella en muchos de
los caminos arenosos de aquella California que sufría, unos más que otros, como
siempre, la Gran Depresión. Huían del pasado tratando de poner pie en un futuro
que nunca habría de llegar. En realidad pretendían escapar de un pasado
idéntico al futuro, una maldición que se repetía y de la que parecía imposible
huir: Lennie, inmenso, desmesuradamente fuerte, terminaba matando a cada ser
vivo que pretendía acariciar, fuese este ratón, conejo o mujer. Vuelta a las
andadas, vuelta a los caminos. Así lo cuenta Steinbeck en su novela ‘De ratones
y hombres’. Creo, y digo creo, que los dirigentes del fútbol profesional
español no tienen tan atrofiados los mecanismos del pensamiento como el pobre
Lennie pero el resultado es similar. Quieren, dicen, al deporte que tienen
entre manos, pero hacen todo lo posible por estrangularlo. El problema no es el
día de la semana elegido, ni la hora señalada, ni el vergonzoso estado del
césped en el que se jugó el partido. No, el problema solo es uno: la falta de
respeto. Michael Jordan, el baloncestista norteamericano, decía que nunca jugó
un partido a medio gas, por intrascente que fuera, ya que habría gente que solo
tendrían esa posibilidad de verle jugar. Aquí cada día se maltrata inmunemente
a quien pretende acudir al estadio, lo hacen sin problemas porque parecemos el
país del "nunca pasa nada". Hasta que pasa, eso sí. Lo que no es seguro es que
esa reacción exigiendo el respeto debido se vaya a dar a tiempo. Quizá, tan
acostumbrados estamos a ser tratados como súbditos que lleguemos a pensar que
este es el estado natural de las cosas. Al fin y al cabo, tomando palabras del
teólogo Leonardo Boff , hemos desechado la razón objetiva, la lógica de las
cosas, por la subjetiva, la lógica del yo. Un ‘yo’ que es mayor cuanto más
poder tenga el sujeto y que termina imponiéndose a los miles de ‘yoes’ más
pequeñitos.
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