Muchos de los paños
con los que se elabora la tela de la historia se tejen con un hilo que procede,
como la lana del pelo de las ovejas, del material simbólico. Es un hilo a veces
invisible con el que se zurce el presente con unos ancestros idealizados y que,
a la vez, sugiere ensoñaciones de futuros perfectos. Los símbolos, telas,
escudos o fetiches, producen identificación o rechazo, agrupan a los propios y
estigmatizan a los ajenos. Hablan con la voz que queremos que hablen, dicen lo
que queremos que digan. Podrían, digo podrían, portar valores que nos
reconciliasen con el ser humano, pero han sido tantas las veces que su carga
fue la opuesta, que no sé si ya merece la pena esperar algo positivo de ellos.
Quizá el deporte sea la excepción por ser un símbolo en sí mismo.
El sábado, sin
desandar mucho, supimos que el equipo que vimos jugar en Córdoba era el
Valladolid por el color morado de la camiseta y porque el escudo en ella cosido
así lo decía. Más de la mitad de los jugadores, sin embargo, la portaban de
forma oficial por primera vez. Otros cuatro apenas han dejado el calificativo
de nuevos en estas tierras: empiezan ahora su segunda temporada. Óscar en el
campo y Álvaro Rubio (otra vez, otra vez, otra vez) en el banquillo son los
únicos jugadores en cuya piel se ha podido calcar el dibujo del escudo ya que
el proceso requiere un tiempo que ya no existe. Los que estaban se fueron, los
pocos que están son los que son. Alguno más, cuyo mérito será cobrar poco,
habrá de venir a completar el exiguo plantel. La simbiosis entre el equipo y
‘la afición’ se torna cada vez más simbólica que real.
Los aficionados
tendrán que hacer un esfuerzo de identificación. Los nombres de Kepa, Juanpe,
Rodri, Villar y demás poca cosa les dicen. Son ‘de los nuestros’ porque así lo
indica la camiseta, se ganarán los aplausos con el sudor de su frente, se
llevarán los silbidos cuando la realidad y los deseos se sitúen en distintas
casillas, generarán ilusión y frustración en no se sabe aún qué proporción y
mañana dios dirá.
Los futbolistas
son mercancía, mercenarios con espíritu de meritorios cuyo objetivo es
meramente laboral, una buena temporada conducirá a otro contrato, probablemente
en otros lares donde se repetirá el proceso. Unos, los más jóvenes, aún cuentan
con la energía adicional que procede de unas fundadas expectativas, los más
veteranos lucharán por estirar la permanencia en un mercado que, con todo, les
convierte en privilegiados.
Al frente de
ellos un entrenador de los de látigo, sin pelos en la lengua, extraño en estos
tiempos por ser poco dado al victimismo, de los que no busca en lo tangencial
la excusa cuando las cosas no llevan el rumbo deseado. En sus espaldas, casi lo
único tangible en un club cuya tendencia le encamina por terrenos fantasmales,
se cargan las esperanzas de quienes, más por costumbre que por otra cosa,
sueñan con el ascenso. Un hito que, de producirse, pasaría a formar parte de un
libro que bien podría titularse ‘Historias de lo sorprendente’. Lo mejor, con
todo, es que seguiremos esperando que ocurra porque el fútbol, como dijera
Bogart del Halcón Maltés, se construye con el material con que se fabrican los
sueños.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-08-2015
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