Es sencillo acertar con los pronósticos cuando los hechos que se predicen ya han sucedido y, a partir de ahí, prescribir la medicina que se debería haber tomado para haber evitado ‘llegar hasta aquí’. Los profetas de lo pasado, sin embargo, son incapaces de detectar los silenciosos movimientos de las placas tectónicas. Después, cuando a resultas de esos movimientos, dos placas chocan y el retumbe se deja sentir en la corteza terrestre, sí se aventuran a vaticinar las catástrofes que, a buen seguro, habrán de llegar. Esos aprendices de brujo que nos gobiernan o aquellos que pontifican desde valiosas tribunas no fueron capaces de desentrañar lo que estaba ocurriendo y ladinamente, con cara de sorprendidos, aventuran desgracias cuando ya no funciona el embrague y no saben cómo poner la marcha atrás. Concluye el Valladolid su partido y al poco se cierran los colegios electorales en Cataluña. El uno no gana, las otras ponen en entredicho el actual mapa político de la Península Ibérica. Habrá quien se lamente de lo uno y de lo otro, como si ambas cosas fuesen el resultado del súbito encantamiento de un perverso hechicero, como si hubiésemos llegado a este punto sin haber sido conscientes de que caminábamos inexorablemente hacia él. Tanto hablar y hablar y sin embargo olvidan las preguntas más importantes, las que buscan una respuesta entre los hechos y no entre los deseos. Como si por pensar que las consecuencias de un seísmo son calamitosas se pudieran evitar, como si ese simple pensamiento fuera suficiente para evitar el choque de placas y, de esta manera, teorizar absurdamente sobre los terremotos sin tomar medidas de prevención.
Sobre Cataluña se ha dicho casi todo, pero nadie ha formulado (a tiempo) la pregunta pertinente: ¿Qué está pasando en un territorio en que la desafección a España como concepto ronde el 20% para que más o menos la mitad voten por empezar una nueva etapa en solitario? Vamos, como que te piden el divorcio sin dejarte de querer y no te preguntes si has hecho algo que imposibilite la relación. Sobre nuestro Pucela hemos asumido que la situación económica no permite alegría alguna y que por ello está condenado a deambular en la parte media de la clasificación, salvo que ocurra un milagro tipo Eibar (quizá por eso nos encomendamos a Garitano con el mismo criterio con que en mi pueblo rezan a la Virgen de los Dolores). En silencio, el Valladolid se ha ido empequeñeciendo, de tal manera que el empate de ayer no aporta frío ni calor, simplemente abunda en un conformismo cada vez más asentado que rebaja a cuchillo el nivel de las expectativas. Las consecuencias, llegados a este punto, nunca suelen ser buenas. Una cosa, es cierto, es comprender las circunstancias y otra, muy distinta, rebajar el nivel de exigencia. Un empate, en casa, ante un recién ascendido, es, por fuerza, un mal resultado. Cuatro malos resultados, en seis partidos, no son para poner las alarmas a sonar, pero sí para tener el ojo avizor. Con todo, lo peor, es no haber visto (quiero decir todavía) en el campo un atisbo de rebelión, un ataque de orgullo con el objeto de subvertir la lógica de los acontecimientos. Ver, por ejemplo, a Hermoso, con sus veinte años recién cumplidos, volver al trote a ocupar su posición tras una pérdida en ataque explica muy bien a lo que me refiero. El chico muestra maneras, puede conformarse y ser un futbolista del montón o aspirar a encontrar su límite. Para lo segundo será conveniente que no escatime una carrera, que cuando los partidos hayan concluido llegue fundido al vestuario.
Decía no haber visto un ataque de orgullo, no es cierto del todo. Álvaro Rubio lo ha vuelto a hacer, no solo ha impreso otra lección durante el tiempo que ha jugado, es que, además, cuando fue sustituido corrió a toda prisa al banquillo. Su mensaje quedó claro, el empate no vale, cada segundo tiene valor hasta que no quede nada por intentar. Lo bueno, a diferencia del asunto territorial, es que aún hay tiempo y contamos con Álvaro Rubio, el mejor intérprete de los movimientos tectónicos en un campo de fútbol. Basta con que Garitano lo haya visto tan claro como el resto de los aficionados y que los ‘Hermosos’ tomen nota y sigan el ejemplo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-09-2015
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