Pasqual Maragall |
Curioso, allá por febrero de 2005, el que era entonces presidente de la ‘Generalitat’ catalana Pasqual Maragall, se sintió acorralado dialécticamente por el que, también entonces, era el portavoz de CIU en el Parlamento. El postulante zahería con su verborrea incansable. El presidente respiraba hondo, hasta que no pudo más. Tomó el micrófono y allí, en sede parlamentaria, le espetó al rival: “Ustedes tienen un problema y ese problema se llama tres por ciento”. Mas, tan ofendido como aquel que oye esa verdad ingrata que –aunque se sepa- no se quiere oír, se revolvió poco menos que llamando tarado a Maragall. Febrero de 2005, recuerdo. Aquella forma de hacer las cosas, común a diversos gobernantes en todos los puntos cardinales del territorio español, sin estar demostrada, se conocía. Sin embargo, en aquel mes, el CIS constataba que un 0,5% de los encuestados (uno de cada doscientos) consideraban la corrupción como uno de los tres problemas más graves que tenía España.
Diez años después, lo que se sabía en la calle ha ido quedando atestiguado en sucesivos juzgados. El mismo CIS señalaba que, para la mitad de los encuestados, la corrupción había pasado a ser uno de los tres problemas más graves que sufríamos. Descartado el revolcón ético de la sociedad, solo cabe una explicación del hecho: la corrupción solo molesta cuando las cosas van mal. Lo que entonces se daba por descontado y era tolerable pasó a convertirse en un problema cuando se necesitó una víctima a la que cargar con la culpa del desastre.
Antaño no mirábamos más porque no lo necesitábamos (eso creíamos), Maragall acusó al sentirse acorralado, pero ahí dejó el asunto, casi en un lapsus, mejor era dejar que la noria siguiera dando vueltas. Nadie en la calle se alarmó y los medios de comunicación estaban igualmente despistados.
Ahora se mira con rabia, pero tampoco es que la cosa tenga pinta de mejorar. La indignación fue de boquilla. De hecho, ese tres por ciento de mordida se ha convertido en el argumento para desactivar un movimiento político, el independentista catalán, que poco (o casi nada) tiene que ver con los mercaderes de la mordida. Ellos, como siempre, solo se pusieron delante y agitaron la bandera para llevarse ‘su’ porcentaje.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-11-2015
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