Hay expresiones que, sin saber por qué, de repente, hacen fortuna y pasan de apenas ser utilizadas a aparecer en cualquier conversación. Algunas de ellas, además, se revisten de un halo de prestigio de forma tal que sirve a quienes las utilizan para alabarse a sí mismo. La penúltima de estas coletillas consiste en jalonar cualquier barbaridad que se ha dicho apelando a que “soy políticamente incorrecto”. Con eso, al parecer, el autor de la ocurrencia se pretende cubrir con un marchamo de prestigio frente al resto que, también al parecer, se limita a repetir consignas escuchadas por ahí.
Digo que esta expresión ha hecho fortuna porque hace no tanto apenas se escuchaba y su sentido, aunque pareciera el mismo, pretendía algo radicalmente opuesto al uso que ahora se le da. Inicialmente lo ‘políticamente incorrecto’ se refería a conclusiones razonadas que se apartaban de la aparente unanimidad en torno a un discurso más o menos oficial. Era, en esencia, otro discurso elaborado que ponía en solfa las versiones oficiales. Un discurso alternativo que se enfrentaba a los potentes y mil veces repetidos paradigmas de los mandamases. Unos análisis que, a mayores, se oponían frontalmente al sentir de la gran mayoría de la sociedad que asumía acríticamente aquellas teorías –que los pisos nunca bajan de precio, por ejemplo-.
Pero de repente todo cambió. La desafección sobrevenida frente a lo político fue de tal magnitud que ahora parecía que lo que molaba era desconfiar y airear esa rabia. Sí, pero en no pocos casos esa desconfianza se dirigía a unos y el enrabietarse era contra otros. Cuando se buscaban culpables se mentaba a la dirigencia política y en algún caso la económica, pero se demostraba la ira largando discursos en los que la culpa recaía en los más débiles. Todo expresado con la salvaguarda, claro, de la incorrección política. La misma expresión que antes servía para cuestionar el poder, ahora se utilizaba para hostigar a los más castigados.
Al fin y al cabo, sucede como con asimilar al que escala los últimos cien
metros del Everest con el que sube en ascensor a la azotea de un rascacielos.
Ambos pueden decir que han ascendido un centenar de metros. Es lo mismo, pero no
es igual. Incorrecto era cuestionar, por ejemplo, la monarquía; incorrecto es,
ahora, decir que hay que expulsar a los emigrantes. Es lo mismo, pero no es
igual.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-12-2016
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