Si se trataba de dos equipos sumergidos en una depresión abisal que se encontraban en el mismo espacio físico, la terapia de choque no ha servido ni a los unos ni a los otros. Así pues continuarán, durante algún tiempo más, sumidos en las dudas existenciales que asolan sus respectivas mentes. El Espanyol preocupado por lo poco que ofrece, el Valladolid preguntandose qué más tiene que hacer. Se quejaba Mendilibar en este diario de la ausencia de carácter en su equipo. Curioso término éste. Todos, en el ámbito futbolístico, creemos entender su significado pero es distinto según cada quién: para unos es sinónimo de personalidad, para otros es una forma fina de decir ‘güevos’ o ‘mala leche’. Según mi versión, carácter es la capacidad para extraer lo mejor de cada uno en las circunstancias más adversas, la capacidad para tomar -y ejecutar- las decisiones correctas en los contextos menos propicios sin amilanarse ni sobreactuar. Conocemos futbolistas que, a las buenas, son buenísimos pero que cuando vienen mal dadas, desaparecen. El carácter, así entendido, es una característica innata que se educa pero ni se enseña, ni se entrena. Esta educación se realiza en los primeros años de la vida, de forma que un jugador de fútbol, cuando llega a la élite, ya lo ha definido. Como reza el refranero: «cuando se tiene pelo abajo, se aprende poco y con mucho trabajo».
Otra cosa es la intensidad o la predisposición. Ahí sí tiene capacidad de incidencia el entrenador y de ambas el Valladolid está sobrado. Pero, últimamente, esa predisposición parece haber decaído, digo parece porque no es tal. La ausencia de carácter denunciada por el entrenador produce ese efecto bloqueo y anula la precisión. Es la pescadilla que se muerde la cola: sin precisión no hay confianza, sin confianza no hay precisión.
Hemos oído hablar de la suerte de los equipos italianos ya que suelen marcar al final de los partidos. Allí lo llaman zona Cesarini. No se trata de suerte sino del éxito en la forja del caracter. Cuando el partido está sin decidir y quedan pocos minutos, llega el vértigo, el temblor de piernas. Lo que hasta entonces parecía sencillo ahora se torna en imposible. La mejor forma de aprovechar esos últimos instantes es olvidando el sufrimiento propio sabiendo que al rival le ocurre lo mismo. E ir a por ellos. Quien confía gana, quien se acongoja pierde. El Valladolid perdió así en Soria, fue eliminado así en la Copa y ayer tiró dos puntos por la borda. El diagnóstico es preciso, la solución no es tan simple.
Publicado en “El Norte de Castilla” el 26-1-2009
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