Los tiempos de silencio tienen capacidad para cambiar el sentido de la historia que se está contando. Pueden durar cuarenta años aunque Luis Martín-Santos sea capaz de condensarlos en unas pocas páginas que recorren un Madrid convertido en metáfora de aquella España gris conformada con una burguesía arribista, una clase media depauperada, un ambiente cultural tan embebido en sus disquisiciones retóricas como ciego ante una realidad que le pillaba a escasos metros y un submundo marginal bárbaro.
Pero los tiempos de silencio pueden durar un instante, una minúscula pausa, y aun así ser capaces de aportar diferentes significados en función de cuando se produzcan. Sin ir más lejos, las mismas sílabas, separadas de distintas formas, aportan informaciones diversas. Hace poco más de un lustro, Telemadrid, el mismo canal que durante la víspera de la huelga del pasado miércoles grabó uno de sus comentaristas informando de lo que había ocurrido el día después, no gozaba –eso decían las encuestas– de mucho prestigio entre su potencial audiencia y emprendió una campaña de publicidad para revestirse de credibilidad. El eslogan elegido decía: ‘Espejo de lo que somos’. Instantáneamente alguien propuso que cambiásemos el lugar de los silencios y escribió como réplica: ‘Espe jode lo que somos’.
El partido de ayer tuvo tres fases bien diferenciadas que se pueden relatar usando las mismas sílabas espaciadas de forma diferente. En los primeros 25 minutos el Getafe nos mostró ‘que es talento’ pero se difuminó súbitamente hasta el punto de poder decir, durante los 40 siguientes, ‘que está lento’. Los cambios, los suyos y los del Pucela, revertieron de nuevo la situación. Con Álvaro, Lafita y Barrada en el campo volvimos a recordar ‘que es talento’. Tanto que ayer exhibieron un muestrario con siete jugadores de ataque y, para darnos cuenta del nivel, el octavo, Colunga, fue objeto de deseo del propio Pucela.
En los partidos de fútbol también existen tiempos de silencio, momentos en los que no se habla pero en los que se dirime el lado hacia el que se inclina la balanza. Son esos ratos en los que parece que está decantado hacia un lado pero que una insignificante mota de polvo puede voltear las predicciones. Las dudas suelen ser esas partículas traidoras. El último giro del partido se produjo cuando los vallisoletanos, tras un buen rato de acoso que pudo haber certificado su dominio en el marcador, dieron un paso atrás para conservar su tesoro. El Getafe daba la sensación de haber bajado los brazos herido de muerte. Herido de muerte pero no muerto, una sutil diferencia que se puso de manifiesto cuando ese paso atrás de su rival tuvo el mismo efecto que una transfusión sanguínea.
Tiempo de silencio es también el que se avecina en el fútbol si tomamos como parámetro el vacío en las gradas del ostentosamente llamado Coliseum. El fútbol se juega, salvo excepciones, cada vez para menos gente en la grada. Y ese silencio resta emoción, resta pasión y aleja a este deporte de élite de la sociedad que lo rodea, tanto, al menos, como a aquellos fatuos poetas más pendientes de Joyce que de saber lo que pasaba a su alrededor.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-11-2012
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