La asociación de estos datos, dejados caer así, por su
peso, puede resultar estremecedora pero son solo dos datos puestos a la misma
altura. Dato uno: El número de personas desempleadas en Alemania el año de la
víspera del ascenso al poder de Adolf Hitler rozaba los 5.6 millones. Hay que
añadir que la población total sobrepasaba los 67 millones. La vieja noche de la
Belle Epoque era un vago recuerdo, la gran depresión hundía las economías de
los países occidentales y el motor de Europa, sin haberse rehecho de la
puñalada que supuso la derrota en la I Guerra Mundial, gripaba. El resto de la
historia, más o menos, ya la conocemos. Dato dos: El número de parados
registrados este pasado octubre en esta España de 47 millones de habitantes, supera los 5.9 millones. Otra crisis internacional, cebada en lo local con
argumentos propios, castiga con crudeza al corazón de la Península Ibérica.
Unan los dos números y empiecen a temer. Lo sorprendente, sin embargo, es que
si un amnésico o un extranjero desinformado pasease por cualquiera de nuestras
calles no sería consciente de los dramas que se esconden entre las paredes. Los
analistas foráneos lo flipan, ¿cómo es posible, se preguntan, que estando las
cosas como están tanta gente continúe sin moverse? Lo cierto es que si uno pone
la oreja al tanto, igual da en un bar o que en la puerta de un colegio, en la
sala de espera de un ambulatorio o en cualquier tertulia improvisada alrededor
de un banco en el parque, escucha siempre la misma coletilla: algo hay que
hacer. Pero ese algo no se hace porque nadie sabe lo que es.
Cuando nuestro equipo, el que sea,
pierde algún partido siempre se achaca a los jugadores que no corren lo
suficiente. Javier Yepes, mi vecino de la página de antes, que de esto de
fútbol algo sabe, suele responder que un jugador no corre si no sabe hacia
dónde, para qué o por qué. Vamos, que si no hay plan permanece quieto. El Real
Valladolid empezaba a inquietarnos, concatenaba malos resultados y la tabla
clasificatoria le apuntaba cada vez más abajo. El runrún catastrofista se iba
instalando en las conversaciones de los aficionados, que si los jugadores no
valen, que si tal fichaje es un torpe, que si están más pendientes de cualquier
cosa que de jugar. Hasta que Juan Ignacio Martínez, ya saben, ese entrenador
que viste como lo haría cualquier señor castellano para ir a misa, explica un
nuevo plan que distribuye a los jugadores de forma más racional por toda la
superficie del campo. Y el Pucela arranca a jugar bien, a dominar los tiempos
del partido. Se genera movimiento, respuesta a la crisis y el optimismo vuelve.
Ahora parece que hay equipo, que los fichajes fueron un acierto y que la
plantilla está formada por grandes profesionales.
Nadie se mueve si no hay un plan, una
propuesta ilusionante de camino, pero, ojo, moverse no implica que la dirección
elegida sea la correcta. La Alemania de 1932 es un claro ejemplo de que se
puede caminar del marasmo a la catástrofe. Pero quedarse quietos es siempre una
elección errónea. El Valladolid ha movido pieza sin estridencias y, con algo
tan sencillo (y tan difícil) como releer a los clásicos, ha encontrado un
camino de salida.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-11-2013
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