lunes, 11 de noviembre de 2013

SABER HACIA DÓNDE

La asociación de estos datos, dejados caer así, por su peso, puede resultar estremecedora pero son solo dos datos puestos a la misma altura. Dato uno: El número de personas desempleadas en Alemania el año de la víspera del ascenso al poder de Adolf Hitler rozaba los 5.6 millones. Hay que añadir que la población total sobrepasaba los 67 millones. La vieja noche de la Belle Epoque era un vago recuerdo, la gran depresión hundía las economías de los países occidentales y el motor de Europa, sin haberse rehecho de la puñalada que supuso la derrota en la I Guerra Mundial, gripaba. El resto de la historia, más o menos, ya la conocemos. Dato dos: El número de parados registrados este pasado octubre en esta España de 47 millones de habitantes, supera los 5.9 millones. Otra crisis internacional, cebada en lo local con argumentos propios, castiga con crudeza al corazón de la Península Ibérica. Unan los dos números y empiecen a temer. Lo sorprendente, sin embargo, es que si un amnésico o un extranjero desinformado pasease por cualquiera de nuestras calles no sería consciente de los dramas que se esconden entre las paredes. Los analistas foráneos lo flipan, ¿cómo es posible, se preguntan, que estando las cosas como están tanta gente continúe sin moverse? Lo cierto es que si uno pone la oreja al tanto, igual da en un bar o que en la puerta de un colegio, en la sala de espera de un ambulatorio o en cualquier tertulia improvisada alrededor de un banco en el parque, escucha siempre la misma coletilla: algo hay que hacer. Pero ese algo no se hace porque nadie sabe lo que es.
Cuando nuestro equipo, el que sea, pierde algún partido siempre se achaca a los jugadores que no corren lo suficiente. Javier Yepes, mi vecino de la página de antes, que de esto de fútbol algo sabe, suele responder que un jugador no corre si no sabe hacia dónde, para qué o por qué. Vamos, que si no hay plan permanece quieto. El Real Valladolid empezaba a inquietarnos, concatenaba malos resultados y la tabla clasificatoria le apuntaba cada vez más abajo. El runrún catastrofista se iba instalando en las conversaciones de los aficionados, que si los jugadores no valen, que si tal fichaje es un torpe, que si están más pendientes de cualquier cosa que de jugar. Hasta que Juan Ignacio Martínez, ya saben, ese entrenador que viste como lo haría cualquier señor castellano para ir a misa, explica un nuevo plan que distribuye a los jugadores de forma más racional por toda la superficie del campo. Y el Pucela arranca a jugar bien, a dominar los tiempos del partido. Se genera movimiento, respuesta a la crisis y el optimismo vuelve. Ahora parece que hay equipo, que los fichajes fueron un acierto y que la plantilla está formada por grandes profesionales.

Nadie se mueve si no hay un plan, una propuesta ilusionante de camino, pero, ojo, moverse no implica que la dirección elegida sea la correcta. La Alemania de 1932 es un claro ejemplo de que se puede caminar del marasmo a la catástrofe. Pero quedarse quietos es siempre una elección errónea. El Valladolid ha movido pieza sin estridencias y, con algo tan sencillo (y tan difícil) como releer a los clásicos, ha encontrado un camino de salida.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-11-2013

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