Decimos por aquí
que en la mesa y en el juego se conoce al caballero. Si olvidamos el tinte
clasista que expele el tenor literal de este refrán, podremos obtener de él una
enseñanza: aunque uno se pase la vida queriendo disimular, hay ámbitos en los
que la verdadera personalidad, por más empeño que uno ponga en esconderla, se
impone a las apariencias.
La muerte de Adolfo
Suárez ha tenido este efecto. Las versiones oficiales han edulcorado una época
de cambalaches y posibilismos, ‘una tormenta que -como cantara Sabina- duró hasta entrados los años ochenta cuando el
sol fue secando la ropa de la vieja Europa’. Desde este hoy que se nos
desconcha ha brotado un arrebato melancólico como si ese ayer fuese
paradisíaco. Pero, sigo con Sabina, ‘no hay
nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió’.
El Suárez
presidente enterró al Adolfo que antes había sido. Se creyó el papel que asumió
y trató de llegar mucho más lejos de lo que este régimen ha llegado. Pero no
pudo y se tuvo que ir. Tras él, un golpe de estado y todos firmes, a tragar, que
cualquier otra cosa es peor. En ello seguimos. Las proclamas laudatorias de
estos días no lloraban la muerte de un hombre, eran, en muchos casos, puro
cinismo. Venían a decir que si la Transición fue buena, nosotros somos los
herederos. Y claro, las lágrimas sobre el cadáver apuntaban hacia las bondades
de esa Transición. No sé si se pudo hacer más entonces, no sé si la reforma fue
una rendición o la única alternativa. Sé, sin embargo, que ese régimen ha
caminado en paralelo a Adolfo Suárez, primero perdió la memoria, ahora la vida
ha abandonado su cuerpo. Apuntalar el régimen actual sobre el féretro del
abulense es el último acto de ignominia de quienes le traicionaron y le
mandaron al retiro ‘y ya nadie me escribe diciendo no consigo olvidarte’.
No conviene olvidar
que el homenajeado tuvo que dimitir azuzado por alguno de los que ahora plañen.
Y lo hizo como el título de la canción de Sabina ‘Con la frente marchita’. Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-03-2014
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