Todo a nuestro alrededor conspira contra el intento de ser un poco felices. Empezando desde dentro, algo existe en el interior del ser humano que impide que se acomode la realidad con los deseos. Siempre parece que falta un algo que enturbia todo lo demás. Un algo que,como una mancha en la ropa, puede ser poca cosa pero suficiente para decir y que te digan que la camisa (toda) está manchada. Desde fuera ayudan con frenesí a estimular esa sensación de que algo falta. Vivimos en una sociedad cuyo modelo económico necesita la infelicidad para su desarrollo. Un sistema que, en apariencia, alienta la búsqueda de la felicidad, pero que, a la par, la evita. Nos dice dónde está y, cuando llegamos a ese punto, vuelve a hablar para indicar que nos falta alguna cosa, que el objetivo se encuentra un poco más adelante. Se necesita entonces exacerbar el sentimiento de carencia, añadir nuevos estímulos, de lo contrario, el sistema se colapsaría.
La publicidad es el paradigma: los anuncios ya no son la oferta de una capacidad por si resultase necesaria, sino un listado de todo aquello que deberíamos tener y no tenemos, de aquello que deberíamos ser y no somos. Son un listado machacón, omnipresente, de todo lo que nos falta: un humillante catálogo de carencias que nos impide, nos dicen y nos creemos, vivir una vida plena. Estamos, al final, con la sensación de tener escrita una carta a unos reyes magos que sabemos que no existen. Ayer, sin embargo, la afición del Real Valladolid se comportó como un antisistema cualquiera: lejos de pedir más de lo que puede conseguir, de mostrar un rostro avinagrado por las trayectoria de su equipo, no ha querido atender al nivel de las expectativas iniciales y ha decidido acompasar sus querencias a las posibilidades reales del equipo, de su equipo. Una leve pero perceptible mejoría, un resultado que acompaña, se convierte en material suficiente para alegrar la tarde blanquivioleta, para dibujar la satisfacción en el gesto del aficionado. Los unánimes aplausos finales muestran una infrecuente sabiduría, la misma que Saint-Exupéry atribuye en ‘El principito’ al rey del asteroide 325 cuando afirma: «Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?... Solo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar». El Pucela tampoco es una mariposa, da, sin más, lo que puede dar. Quizá rompa a jugar y pelee con los de arriba o se deslavace y tenga que luchar por sobrevivir, pero si entendemos que esto es así, que no puede ser de otra manera, sabremos disfrutar de cada partido. Al final, cubiertas las necesidades que permiten una vida digna, todo lo demás se torna accesorio, fanfarria que nos impide percibir la conspiración.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-12-2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario