La tierra tiembla bajo nuestros
pies y nosotros, rilando, pensamos que bastante tenemos con no dar de bruces
contra el suelo. Las noticias de estos últimos días, por ejemplo, nos han
trasladado de la lechera vallisoletana Lauki a la capital belga, haciendo
escala en las islas griegas y Turquía. Esta secuencia de informaciones disparejas
se casan en un punto de intersección: la vida del común de los mortales se
encuentra desamparada ante unos vaivenes que se escriben en puntos lejanos.
Los trabajadores de la planta
vallisoletana ya saben que, frente al blanco del producto con el que trabajan,
se aposta el negro de su futuro laboral. Ellos han trabajado todo lo bien que
se puede trabajar; gracias a ese esfuerzo, su empresa (personas, ¿eh?, no entes
abstractos) se ha embolsado ingentes cantidades de dinero y, sin embargo, una
decisión ajena, lejana, les deja en la calle. ¿Qué pueden hacer? ¿Qué podemos
hacer para que no se repita?
En Bruselas, varias decenas de
personas han muerto por el hecho de estar donde estaban a la hora que estaban;
la versión nazi islamista decidió que ese día tocaba matar y ellos, ya digo,
por estar allí, adquirieron las papeletas de tan funesto sorteo. ¿Qué pudieron
hacer? ¿Qué podemos hacer para que no se repita?
El mundo gira a tal velocidad que
las fronteras se difuminan hasta el punto de que las amenazas pueden ya llegar
desde cualquier lado, de que los centros desde los que se dictan las normas que
más nos afectan se han alejado lo suficiente - y son tan absolutamente fríos-
como para tornarse invulnerables.
Una sola papeletita cada cierto
tiempo es lo único que nos queda; una papeletita que es como el grano pero
visto en sentido inverso: ayuda pero no hace granero. No lo puede hacer porque
las instituciones sobre las que decidimos son tan locales que no les queda casi
capacidad para intervenir en orden alguno, se limitan a gestionar el aire que
nos viene. Nuestras instituciones no son más que corralas de comunidad, juntas
de vecinos decidiendo el color de las paredes.
Ellos, los dueños del capital,
los exportadores de barbarie, caminan por un mundo global. Para responder a ese
¿qué podemos hacer? hemos de quitarnos la boina y el miedo, el que tenemos y el
que nos insuflan.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-03-2016
¿El que NOS insuflan o el que NO insuflan?
ResponderEliminarNos, gracias por el aviso, edito
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